En Estados Unidos no cantan mal las rancheras. Si nosotros tuvimos
nuestro Fobaproa en 1995, con un rescate de los
bancos que ascendió a una cifra cercana al billón de pesos, o 100 mil millones
de dólares, hoy estamos viendo una situación similar en nuestro vecino del
norte.
El gobierno estadounidense ha “rescatado” --que es un eufemismo que
significa “estatizado”-- a las dos grandes financieras hipotecarias del país, Fannie Mae y Freddy Mac, así como a la aseguradora AIG. Ha dado a conocer
también un plan para rescatar los fondos de inversión, cuyo valor ha caído de
manera importante en los últimos meses. La deuda pública estadounidense se está
incrementando de manera notable con estas medidas.
Wall Street tomó estos rescates con
optimismo y los índices bursátiles recuperaron mucho del terreno que habían
perdido en las semanas previas. Los administradores de fondos de inversión
estaban respondiendo así ante una acción que los favorece directamente. Después
de todo, el gobierno se está comprometiendo a rescatarlos de las pérdidas que
parecían inminentes. Y eso les da buenas razones para celebrar.
Los contribuyentes y la población de los Estados Unidos, sin embargo, no
tienen motivo para festejar. El gobierno estadounidense está recurriendo a la
vieja práctica de los gobiernos populistas de socializar las pérdidas y
privatizar las ganancias. Me explico. Mientras las empresas financieras ganaron
carretadas de dinero, sus utilidades las repartieron entre sus inversionistas.
Pero en el momento en que registraron pérdidas importantes como consecuencia de
haber mantenido prácticas riesgosas, las pérdidas se las están endosando a los
contribuyentes, la enorme mayoría de los cuales no se ha beneficiado del
carrusel financiero.
Bien puede argumentarse que un gobierno no puede darse el lujo de dejar
quebrar a su sistema bancario o financiero. Ninguno de los países que han
sufrido crisis financieras en las últimas décadas ha permitido que eso suceda.
Los bancos chilenos fueron rescatados en 1981, las cajas de ahorro de Estados
Unidos en los años ochenta, los bancos mexicanos en 1995, los de los países de
Asia en 1997 y los de Rusia en 1998. Argentina no rescató a sus bancos de su
crisis del 2001, pero limitó radicalmente los retiros de los depositantes, con
lo que se logró el mismo objetivo: proteger a los bancos, impidiendo a las
personas comunes y corrientes disponer de su propio dinero.
Quizá sea cierto que un país no puede dejar quebrar a sus bancos. Pero
eso no significa que la situación sea justa. La banca parece haberse convertido
en un negocio con grandes ganancias en los tiempos buenos y con un seguro
contra las pérdidas en los tiempos malos.
Mucho se discutirá en los próximos
meses y años acerca de la regulación que debe tener el negocio bancario para
impedir las quiebras cíclicas. Mientras esto sucede, sin embargo, es importante
que los reguladores bancarios mexicanos le echen un vistazo a la creciente
cartera vencida del crédito de tarjeta bancaria. No se trata todavía de una
situación de emergencia, pero si por algún lado podemos volver a tener una
crisis financiera en México es por ahí.