El New
York Stock Exchange se tiró el mayor clavado de su
historia, con una baja a cual más cabalística de 777 puntos en una sola
jornada. Jamás había bajado tanto de un solo jalón. Los mercados de todos los
continentes se volvieron locos.
El triple siete financiero
será un deleite para los cabalistas. Día histórico, de esos que se leerán en
los textos con semejante interés al de un martes negro, 29 de octubre de 1929.
Los historiadores recordarán que un 29, pero de septiembre de 2008, otro día
negro (ahora lunes), Wall Street
se derrumbó 777 puntos luego de que
Finalmente dijo sí. Lo
que el lunes era inadmisible, el viernes se convirtió en ley. Pero el siguiente
lunes —ya en octubre— los mercados mundiales se echaron nuevamente al suelo, a
pesar de que ese viernes el presidente Bush había
firmado por 700 millardos de billetes verdes virtuales.
Todo a costa de los contribuyentes. Un 6% del producto del país que más produce
en el mundo.
¿Quién dirá que lo
financiero es aburrido? Otro lunes negro, y de octubre, comenzó la caída de
1987. Y hay que anotar otra cábala: el crack
de 2002 duró 999 días…
Los números son más que
cábala; reflejan realidades. Y también expresan sueños, que de tan irreales se
convierten en pesadillas. Los números miden la realidad pero siempre están
sujetos a interpretación. ¿No se dice con razón que las mayores y más frías
mentiras son las estadísticas? Como todo lo humano es interpretación, los
bribones interpretan los números como les conviene. Venden el fraude como
prosperidad y la deuda como enriquecimiento, para mal de millones y millones de
incautos.
Esto preludia un
cataclismo mundial, profundo y duradero. Una gran purga. Saludable, pero no
agradable. Una gran vomitona, indispensable para expulsar del cuerpo lo que le
sobra para restaurar el equilibrio largamente pospuesto. Hoy queda muy claro:
no fue una burbujita de las que se curaban con Sal de Uvas Picot.
Es una tremenda cruda, luego de una borrachera deliciosa. Lo que viene no será
un espectáculo hermoso, pero sí muy interesante. Aleccionador. Largamente
esperado, temido, advertido. Nunca atendido.
Toda economía
intervenida acaba en desastres así. No es, por ello, crisis del capitalismo
sino (como siempre) del intervencionismo. Quien entienda al capitalismo como
práctica de la libertad económica, verá que esta crisis financiera y económica
está firmemente sustentada en la voluntad de algún interventor gubernamental
que pregona la misma patraña: es posible ser rector de la voluntad ajena, y
hacerse rico inventando dinero. (Lo cual es rigurosamente cierto, pero para
ellos; por eso actúan así. Así se hacen ricos los que conocen el juego. Por
algo los ricos más ricos provienen de estas crisis.)
Remedio a un trance
como este, originado por dinero inventado proveniente de la intervención de un
gobierno: inmediatamente entra en acción… ¡el gobierno! Y ¿quién paga? ¡Los
contribuyentes! ¡Qué raro!
En 1994 Salinas,
inflamado de testosterona económica, no quiso devaluar e inventó un truco
financiero, los tesobonos, para darle un poco más de
gloria a él, y tiempo-oxígeno al régimen priísta. Luego el triunfador Zedillo convirtió esa deuda interna en externa y nos
endilgó un Fobaproa. Que seguimos pagando ¡qué raro!
los contribuyentes.
Cuando recuerden este
nuevo Fobaproa de 700 millardos,
los historiadores recordarán que durante dos décadas un personaje llamado Alan
Greenspan emitió más dinero siendo presidente de
Para estimular la
economía en épocas flojas Greenspan llevaba las tasas de interés bajo la
inflación. Y como la gente siempre busca su beneficio, aprovecha lo que le
regalen. Pide prestado. Con dinero que no existe y sin garantía de repago,
compra casas o cosas chinas que no necesita, para presumir a gente que no
conoce y que hace lo mismo. Los bancos entran al jueguito y, como canta
Mefistófeles con música de Gounod, Satanás dirige el
baile.
Así, hasta que la
fiesta se acaba. Y comienza la cruda, la purga, la vomitona, la lavativa, la
depresión, el llamado a cuentas.
La debacle apenas está
empezando, para perjuicio de los más y para nuevas comaladas
de millonarios que se enriquecerán hasta lo absurdo, pero ahora a dimensión
planetaria. Los grandes ricos mexicanos hicieron sus fortunas pescando en un
país revuelto, pródigo en crisis económicas, de esas que arruinaron a casi
todos los demás entre 1973 y 1995.
Desde Newton sabemos
que, también en las ciencias sociales, nada se pierde ni se gana: todo se
transforma. La ley de la causa y el efecto puede diferirse, pero no admite excepciones.
El exceso es antinatural y efímero; todo valle debe llenarse, y toda montaña
será emparejada. La sabiduría oriental lo expresa con otros vocablos. Al exceso
de un yang
corresponde inexorablemente un yin.
Es una época prevista
por las maldiciones chinas. Una época interesante. Una época diferente. La
purga —finalmente— obrará maravillas, para luego caer de nuevo en una nueva
borrachera. Errare humanum
et idiotum est. Ningún
ser sensato —por ejemplo, un animal— se tropezaría siempre en lo mismo, como
hacen los planificadores de la economía y los intervencionistas.
¿Remedios? Hay uno muy
sencillo. Los mexicanos podemos atenuar las consecuencias de esta debacle que
apenas comienza. Podrá ser ahora ocasión para de liberarnos (nunca es demasiado
tarde) de la lápida greenspaniana y fraudulenta de la
moneda de papel y del dinero-basura; del dinero fiduciario que, finalmente, no
existe; de ese papel que acaba valiendo más como celulosa que como moneda.
En México podemos tener
moneda de plata. Una moneda sólida, con valor propio y no definido por
autoridades intervencionistas, reservas federales o bancos de México, ni por
capillas de notables que tienen la untuosidad de suponer que sus decisiones son
mejores que la voluntad libre de cada ciudadano y cada contribuyente.
Por estas fechas la
onza está barata, como inversión; y a futuro tenemos en México, ante esta
debacle, ocasión para no depender del dinero-basura y tener una moneda concurrente
basada en un metal que, en todo sentido, es precioso: onzas Libertad de plata
pura.