Asuntos Capitales
Democracia y represión
“Llega un momento en que ya no es posible que la autoridad democrática deje hacer y deshacer a grupos que, en nombre de una u otra causa cierran calles, apedrean comercios y secuestran personas.”
Luis Pazos
VIERNES, 6 DE OCTUBRE DE 2006
La
democracia, como la conocemos ahora, es un sistema relativamente nuevo. Todavía
en el siglo pasado la mayoría de los países vivieron bajo sistemas
dictatoriales y autoritarios. La democracia no es sólo la elección de
candidatos a puestos públicos, implica un orden jurídico que limita la actuación
de los gobernantes y deja claro a los ciudadanos qué pueden y qué no pueden
hacer. La democracia supone un estado de derecho y el
respeto a los tres derechos fundamentales del ser humano: vida, propiedad y
libertad. La democracia tiene como virtud garantizar, si los actores políticos
respetan sus reglas elementales, la transmisión pacífica del poder. Implica la
división de poderes y un poder legislativo o parlamento que, como su nombre lo
dice, es para “parlar”, hablar, dialogar y lograr acuerdos. Hay un tema que todavía no está claro en
muchas democracias jóvenes y es cuándo usar la fuerza contra grupos políticos que
violentan los derechos de terceros bajo la excusa de la libertad de
manifestación, de petición y de oposición. Hay quienes en nombre de esas
libertades, amenazan, bloquean vías de comunicación, destruyen propiedades y
secuestran funcionarios, y no se les puede tocar ni con “el pétalo de una rosa”,
porque acusan de represora a la autoridad responsable de mantener el orden. Muchos gobiernos democráticos miden con
diferente vara al infractor solitario de la ley que a quienes la violan en grupo, escudados en las siglas de un movimiento
político. Si yo impido que salga el auto de un vecino o le rompo un vidrio a su
casa, la policía me detiene por daños en propiedad ajena. Si el delito lo
comete un grupo que usa un membrete político, entonces algunas autoridades se
vuelven tolerantes. Hay grupos políticos que buscan la represión como un medio
para darle vida a sus movimientos. Ante esa estrategia, los gobernantes tratan
de evitar enfrentamientos, pero llega un momento en que ya no es posible que la
autoridad democrática deje hacer y deshacer a grupos que, en nombre de una u
otra causa cierran calles, apedrean comercios y secuestran personas. El diálogo debe anteponerse al uso de la
fuerza pública, la prudencia debe ser la rectora de toda decisión gubernamental
que implique el uso de esa fuerza; pero hay situaciones en que la autoridad
debe actuar para restablecer el estado de derecho, aunque corra el riesgo que
los buscadores de enfrentamientos violentos logren sus objetivos: represión y
víctimas. |