Asuntos Capitales

Dinero a la deriva y las raíces de la crisis

“Aquí es donde comienza el nuevo mundo del dinero sano. Aquí es donde el desconocido ideal del capitalismo toma forma.”


Judy Shelton
MIÉRCOLES, 12 DE NOVIEMBRE DE 2008
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Así acaba el mundo
Así acaba el mundo
Así acaba el mundo
No con una explosión sino con un gemido
T. S. Eliot
“Los hombres huecos” (1925)

El mundo no se está acabando. A pesar de la zarandeada que ha conmocionado a los mercados financieros globales y de las morbosas alusiones a un estruendoso fin del capitalismo, éste no ha sucedido. No, mientras la gente siga creyendo en sí misma; no, mientras la gente siga creyendo en un futuro mejor.

Pero el gemido es real y está justificado, porque el daño causado puede hacer que tu mundo se desplome. Y los mercados financieros globales definitivamente se han venido abajo, aun cuando el impacto sea momentáneamente suavizado mediante masivas inyecciones de dinero artificial; “artificial” porque el dinero creado de la nada (“hágase el dinero”) no representa un genuino almacén de valor sino una ilusoria promesa del gobierno de una riqueza futura que aún no ha sido creada.

Después de esta catástrofe financiera, al tiempo que ordenamos las causas del desastre y asignamos culpas –“¡más regulación!”, “¡menos instrumentos financieros complejos!”– no perdamos de vista el más fundamental de los componentes de las finanzas: Ningún CDS (Credit Default Swap), ningún exótico producto derivado pueden ser estructurados sin estipular la unidad monetaria de cuenta en la cual dicho valor está calculado. El dinero es el medio de cambio –la medida, el estándar, el almacén de valor- en el cual se define la auténtica sustancia de un contrato económico entre un comprador y un vendedor. Es el elemento básico, el átomo de la materia financiera.

Es el dinero lo que se ha estropeado.

En otros tiempos no era frecuente que nos refiriésemos a la validez del dinero en sí mismo, sino a la “política monetaria”,  es decir: a cómo la Reserva Federal fue dirigida para calibrar la oferta de dinero destinada a la actividad económica durante las últimas dos décadas. Abundan los críticos de ese periodo, la mayor parte de los cuales culpa hoy al entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan de haber mantenido las tasas de interés demasiado bajas durante demasiado tiempo.

Durante 19 años en el control de la política monetaria –de 1987 a 2006-  Mr. Greenspan ejerció el cargo bajo el mandato de cuatro diferentes Presidentes. Al menos uno de ellos, George H. W. Bush, culpó a Mr. Greenspan de mantener las tasas de interés demasiado altas. El desplome del mercado de valores que ocurrió en octubre de 1987, que fue sólo dos meses después de la confirmación de Mr. Greenspan por Ronald Reagan, envió al índice Dow Jones 508 puntos abajo (23%). Se requirieron entonces gigantescas inyecciones de liquidez, que más tarde tuvieron que ser esterilizadas mediante una política monetaria restrictiva. Pero el viejo Presidente Bush lamentó la restricción monetaria: “Yo lo ratifiqué, y él me decepcionó”, dijo respecto de Greenspan.

El Presidente Clinton de igual forma ratificó a Greenspan –y rápidamente aprendió los términos del contrato de intercambio: Si quieres tener bajas tasas de interés de corto plazo debes reducir el déficit fiscal. Refrenado el Presidente por un Congreso controlado por los Republicanos efectivamente sucedió: el presupuesto federal ya estaba en equilibrio para 1998. Dicho muy brevemente: La mayor preocupación de la Reserva Federal fue, entonces, cómo conducir la política monetaria si teníamos que colocar los bonos de deuda del gobierno en operaciones de mercado abierto. Más tarde, después de 2001, el déficit fiscal volvió por sus fueros debido a que el gasto del gobierno creció en exceso respecto del incremento de los ingresos del propio gobierno, mientras que las tasas de interés, el desempleo y –de forma contraria a la intuición- la inflación permanecían en tasas bajas. Una cosa es segura: Tendremos más bonos de deuda del gobierno de los que desearíamos.

Hay una razón para este breve vistazo panorámico a la tarea de Greenspan: Mientras él ha sido hoy rápidamente demonizado –el ministro de finanzas de Italia, por ejemplo, dijo que Greenspan ha sido, después de Osama Bin Laden, la persona que “más daño ha causado a América”- , también ha sido el hombre que fue premiado con la Medalla Presidencial por la Libertad y quien, entre sus títulos honorarios, cuenta con los de Caballero Comendador del Imperio Británico y Comendador honorario de la Legión Francesa.

¿Cómo es que un reconocido y eficiente banquero central se transforma de súbito en un estúpido en política monetaria?

Los chivos expiatorios son maravillosos receptáculos de nuestra frustración colectiva, pero eso es todo. Cuando los mercados crediticios son abrumadoramente atacados, cuando los instrumentos financieros se desintegran, cuando el dólar se derrumba, no es porque Alan Greenspan no haya sido suficientemente omnisciente. No lo es, en verdad. Pero nadie lo ha sido. Nadie puede serlo.

Si el capitalismo depende de designar a una persona con atributos semejantes a los de Dios para que administre la demanda y la oferta de todas las formas existentes de dinero y crédito –moneda, demanda de depósitos, fondos del mercado de dinero, instrumentos derivados, obligaciones subordinadas, bonos, hipotecas, deudas corporativas- entonces estamos tan condenados al desastre como aquellos afligidos ciudadanos que confiaron en la planificación central para su salvación económica.

Piensen en esto: Nada es más vital para el capitalismo que el capital, la semilla financiera destinada a convertirse en la cosecha del próximo año. Empero nosotros, creyentes en los mercados libres, permitimos que el precio del capital, como la tasa de interés de los fondos susceptibles de prestarse, sea fijado por un comité central de acuerdo con los objetivos del gobierno. Podemos también resucitar el “Gosplan”, el viejo Comité de Planificación del Estado Soviético, y pedirle a sus miembros que diseñen el plan para los próximos cinco años.

“Hay muchos de nosotros, yo incluido, que creemos firmemente que, como humanidad, lo hicimos muy bien en el periodo de 1870 a 1914 con un patrón oro internacional”. Podría ser fácil desechar esta declaración como una obsoleta reliquia de lo que pensaba Mr. Greenspan en su juventud como acólito de Ayn Rand, el artículo de Greenpsan del que se tomó la cita anterior (“El oro y la libertad económica”) está en el compendio de Rand de 1966 “Capitalismo: El ideal desconocido”. Pero Greenspan dijo, aún más enfáticamente, lo mismo apenas en octubre pasado durante una entrevista con Fox Business Network cuando respondía a la pregunta del entrevistador: “¿Por qué necesitamos bancos centrales?”.

Cuales fuesen las bien intencionadas razones que llevaron en 1913 a la creación de la Reserva Federal –proveer una moneda que suavizara los vertiginosos movimientos de las contracciones económicas causadas por la “exhuberancia irracional” (y que nunca serán sometidos mientras el ser humano tenga aspiraciones)-, uno se ve poderosamente tentado a decir que este colapso habría tenido muchas menos consecuencias dañinas para las personas promedio si hubiese ocurrido bajo un sistema monetario regido por el patrón oro.

Más aún, la misión del banco central ha quedado gravemente en entredicho. ¿Puede alguien tener fe en que las decisiones de política monetaria de la Reserva Federal habrán de conducirnos a contar con un dinero más confiable?, ¿no hemos sentido ya en nuestros huesos que el costo de esta última pesadilla financiera lo habremos de pagar todos nosotros, los que hemos depositado el valor de nuestro trabajo y la medida de nuestro poder de compra en dólares? John Maynard Keynes, el famoso economista británico, observó en su “Tratado sobre la Reforma Monetaria” publicado en 1923:

“Es común decir, aún hoy día, que cuando un gobierno se financia mediante la inflación, la gente de ese país evita ser gravada por nuevos impuestos. Hemos visto que no es así. Lo que se obtiene imprimiendo billetes es equivalente a que el gobierno tome la riqueza de la gente cobrando un derecho sobre la cerveza o un impuesto al ingreso. Lo que el gobierno gasta el público lo paga. No hay tal cosa como un déficit sin financiamiento”.

El mundo entero ha sido afectado por el descalabro del sistema financiero estadounidense gracias a la globalización del capital. Pero el libre flujo de capitales –junto con el libre comercio- es algo bueno, es el mejor camino a la prosperidad global. El problema es que el rol del dólar como activo de reserva mundial ha sido seriamente cuestionado, tanto por aliados como por adversarios. En el Periódico de la Gente, el economista chino Shi Jianxun escribió: “El mundo necesita urgentemente crear una moneda y un sistema financiero diversificados así como un orden monetario justo y claro, independiente de Estados Unidos”.

Hagamos exactamente eso. Es tiempo de asumir la tarea de establecer un nuevo fundamento para las relaciones económicas y financieras internacionales; uno que esté dedicado a los mercados abiertos y basado en la integridad monetaria. Cada país sería responsable de fijar su moneda al activo de reserva universal, y cada ciudadano debe tener el derecho de convertir la moneda nacional en ese activo universal.

Así es como el patrón oro funciona. Un sistema bimetálico, ligado a la plata y al oro, funciona igual. En cualquier caso el dinero tiene un ancla común; y así automáticamente funciona como una moneda común para empatar las necesidades de productores y consumidores legítimos alrededor del mundo.

¿Cómo puede tal planteamiento curar las dolencias del mercado financiero? Nada puede impedir a los seres humanos tomar decisiones equivocadas ocasionalmente o sucumbir ante los deseos de las mayorías. Pero sobre el mismo principio de la democracia y las elecciones libres, incrustado en el juicio de los individuos a lo largo del tiempo, está una sabiduría que supera por mucho al más ostensible administrador. El dinero sano recorrería un largo camino rumbo a la eliminación de las distorsiones que pervierten las decisiones financieras y las asignaciones de crédito. Las señales que nos dan los precios sí importan; de otro modo los mercados libres no importan y el capitalismo no funciona. En tal caso, dejemos que el gobierno determine la demanda y regule la oferta.

No, necesitamos sanar el dinero. Literalmente.

Alguno de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos podría hacer un llamado para una reforma monetaria internacional. ¿Mal momento? El documento que originó el acuerdo monetario internacional de Bretton Woods en 1944 fue redactado tres semanas después de que Japón atacó Peral Harbor. La próxima conferencia global debe ser no en Bretton Woods, sino en Paris o Shangai. Los países deben participar voluntariamente, sin obligación, con la total disposición para desarrollar un nuevo orden financiero donde el valor de la unidad de cuenta no sea determinado por hombres huecos que deambulan por los salones de mármol de los bancos centrales.

Aquí es donde comienza el nuevo mundo del dinero sano. Aquí es donde el desconocido ideal del capitalismo toma forma.

Republicado con el permiso de The Wall Street Journal © 2008 Dow Jones & Company. Todos los derechos reservados.