El desastre de inseguridad que padecemos en México no
podrá resolverse a partir de concepciones erróneas acerca de la naturaleza,
causas y manera de enfrentar a la delincuencia. Y ninguna idea es tan estúpida
y perniciosa como aquella que dice que la delincuencia tiene como causa a la
pobreza, el desempleo, la carestía o la desigualdad en los ingresos.
Esta noción se presenta a menudo con ropajes
“científicos”, cuando que no es más que mera propaganda ideológica del
colectivismo, el estatismo y el socialismo, aunque también hay no socialistas
que comparten esa concepción tan errónea.
A la falsa etiología criminal de los progres en realidad no le interesa explicar cómo es
que el crimen se genera, sino justificar la “justicia social”, la acción del
Estado para despojar la riqueza a unos y entregársela a otros. Un producto
residual de esta operación ideológica es la justificación del crimen y de los
criminales, con la consecuente satanización de las víctimas: los pobres
delincuentes no hacen sino recuperar mediante acciones criminales aquello a lo
que tienen derecho y de lo que fueron privados; en realidad las víctimas son
ellos.
Pero no solamente porque sus consecuencias no nos
gustan, es que esta idea debe merecer el más completo rechazo. La idea es
condenable en primer lugar por ser una gran falacia, y ni siquiera ingeniosa,
aunque ciertamente muy popular.
La aseveración de que individuos delinquen como
reacción compensatoria ante las diferencias en los ingresos, tiene dos
consecuencias lógicas: primera, aquellas jurisdicciones con mayor desigualdad
sufrirán más criminalidad y viceversa; segunda, cuando crece la desigualdad
crece la criminalidad y viceversa.
Pero antes de seguir, ¿cómo medir la intensidad del
crimen y la magnitud de la desigualdad en los ingresos? La forma más apropiada
de medir la incidencia criminal es en términos relativos a la magnitud de la
población: la tasa de delitos por cada 100 mil habitantes. Una primera medida
de los delitos se refiere a aquellos registrados por la autoridad pública (en
casi todo el mundo, por la policía: en México, por el ministerio público).
Evidentemente la autoridad pública registra la minoría de los delitos y hay una
cifra oculta o negra, la cual es estimada gracias a los estudios de victimización.
Para medir la desigualdad el parámetro universalmente
aceptado es el índice Gini, en el cual la máxima
calificación es de “
Es demasiada la tentación por la digresión, de modo
que ahí va: ¿Sabe usted quién fue Corrado Gini, el autor de este parámetro de la desigualdad? Pues ni
más ni menos que uno de los mayores ideólogos del fascismo, padre de la obra “Las bases científicas del
fascismo”, ¡Dios
los crea y los totalitarios se juntan!
Pues bien, cuando se
correlacionan los datos sobre incidencia criminal con los de la distribución de
los ingresos (el plural es intencional), resulta que justamente naciones con
niveles de desigualdad relativamente más bajos (entre 0.25 y 0.30 en el índice Gini) como son las europeas, presentan tasas de incidencia
criminal mayores que la mayoría de países subdesarrollados y más desiguales. Suecia
con sus 15 mil delitos por cada 100 mil habitantes supera nueve veces a México,
con una tasa de alrededor de 1,500 delitos por cada 100 mil habitantes.
Pero incluso esto tampoco es
regla: Japón con un índice Gini de 0.25, presenta uno
de las tasas de delitos más bajas (alrededor de 2,000 por cada 100 mil
habitantes).
La objeción a esta evidencia ha
sido que las naciones con mayor desigualdad y por lo regular económicamente más
atrasadas, presentan un mayor sub-registro de
delitos. Pero cuando los estudios de victimización se
generalizaron en el mundo, resultó que el cuadro no se modificaba: las naciones
ricas y en su mayoría con menos desigualdad en los ingresos, seguían a la
cabeza en incidencia criminal.
Ahora bien, los ideólogos de la desigualdad = crimen, encontraron un
último reducto para defender su superchería: las correlaciones sí resultaron
positivas en muchos casos cuando se compararon los índices de desigualdad con
los de crímenes violentos (homicidio doloso y robo con violencia).
Pero se sigue tratando de
sofismas y falacias. Chile y Colombia presentan casi el mismo índice Gini de 0.54 (uno de los más desiguales del mundo),
mientras que en Venezuela el índice es más igualitario (0.42). Pero en Chile
hay 1.8 homicidios por cada 100 mil habitantes, en Colombia 35 y en el paraíso
de los trabajadores en ciernes que es Venezuela, 49.
Y si introducimos la variable de la fluctuación de la
desigualdad en el tiempo, la patraña de desigualdad = crimen sale peor librada.
En Colombia en seis años ha habido progresos espectaculares en la reducción del
crimen en general y violento en particular, sin que el índice Gini haya variado significativamente o en forma equivalente.
En México hacia 1960 el índice Gini era de 0.53 y
ahora es de 0.45, pero en lugar de haber bajado la delincuencia y la violencia ahora
estamos más inseguros que nunca.