En el artículo
de la semana pasada señalé que si un miembro de la familia ya tiene acceso
sea al IMSS o al ISSSTE, existe el incentivo para los demás miembros de la familia
que trabajen lo hagan en el sector informal y así dividirse con su empleador
las cuotas de seguridad social y que, dado el tamaño de las empresas que operan
el sector informal son muy pequeñas y trabajan con tecnologías obsoletas, el
sistema actual de seguridad social se constituye en una traba al crecimiento
económico. De ahí concluí que era conveniente eliminar este esquema, cerrando
el IMSS y el ISSSTE, y pasar a un sistema de seguridad universal financiado con
los recursos obtenidos a través de la recaudación general de impuestos. Esta
afirmación requiere una precisión. El esquema de seguridad universal financiado
con impuestos abarcaría únicamente los servicios de salud, no las pensiones que
seguirían operando bajo el sistema actual de cuentas individualizadas con
aportaciones definidas y manejadas por las afores. Limitando la seguridad
universal únicamente a los servicios de salud, el esquema se tiene que diseñar
tal que el gobierno garantice, dada la escasez de recursos, un paquete mínimo
de servicios (definido por un comité de economistas, médicos y bioeticistas), mientras que aquellas enfermedades no
cubiertas en este paquete podrían ser aseguradas por los derechohabientes
mediante el pago de una prima de seguro. Más aun, bajo este esquema todo gasto
relacionado con la salud, incluido la prima pagada por un seguro de gastos
médicos mayores y adquisición de medicamentos, sería deducible de la base
gravable del impuesto sobre la renta.
Siguiendo
con las trabas al crecimiento, una que ya mencioné de pasada, pero que vale la
pena profundizar, es la alta incidencia de corrupción que impera en el país. La
obtención de un beneficio personal mediante la utilización del poder público es
una práctica común en el sector público mexicano, en sus tres órdenes de
gobierno y en sus tres ramas, tal como lo indica el más reciente informe de Trasparencia Internacional. El pago que se le hace a un
burócrata por agilizar un trámite que ni siquiera debería de existir, los pagos
en las aduanas para pasar mercancía (y armas) de contrabando, la adjudicación
de contratos de obra pública sin cumplir con los requisitos, el soborno a los
funcionarios de los juzgados para obtener una sentencia favorable y muchos
otros ejemplos más implican que los agentes económicos privados tienen que
destinar una parte de sus recursos para financiar las rentas de todo un aparato
burocrático notoriamente corrupto e ineficiente que no rinde cuentas por sus
actos. Todos estos pagos a los servidores (sic) públicos, implican no solamente
una transferencia de recursos sino, más aun, una enorme barrera a la creación
de riqueza. ¿Cuánto más sería la inversión en el país y cuánto más crecería la
economía si esos supuestos servidores públicos no le extrajeran a las empresas
una parte de las utilidades esperadas del proyecto? Sin duda mucho más. La
corrupción es el hoyo negro de la economía mexicana del cual, nadie que quiera
progresar, puede escapar. Y no parece haber alguien que realmente pueda cambiar
esta situación.