La mañana de ayer el acuerdo para el
multimillonario rescate de los activos financieros “tóxicos” estaba a punto. Un
anónimo inversionista español escribió en la edición en línea de un diario
financiero: “Espero que el acuerdo se
alcance pronto. Tengo metido un kilo en acciones del Santander y si se firma el
proyecto seguro que me meteré en el bolsillo al menos 600 euros en plusvalías”.
Pues, ¡suerte, matador!
¿Qué sigue? Ya sabemos que se inicia
una sequía severa: Astringencia crediticia –a despecho de lo que digan las
tasas de interés de referencia, la llave del crédito se ha cerrado-, caída de
la demanda y, por tanto, de la actividad económica, recomposición del sistema
financiero a favor de la banca tradicional, una percepción más aguda del riesgo
asociado a los productos financieros complejos y opacos, revisión de las
regulaciones con énfasis en la incompetencia –involuntaria o deliberada- de las
calificadoras para distinguir la paja del trigo, ajustes de cuentas y
fabricación de chivos expiatorios.
No deberá extrañarnos que los
mercados prosigan dando tumbos, mientras se alcanzan otras definiciones de
mayor calado. El próximo gobierno de Estados Unidos empezará con una gigantesca
e inmediata tarea a cuestas y del rumbo que marque el próximo Presidente
dependerán grandes definiciones para la economía mundial: ¿Se reconstruirá la
hegemonía del dólar en los mercados mediante unas políticas fiscal y monetaria
ortodoxas o el nuevo gobierno seguirá arrojándole carretadas de dinero
devaluado a los problemas?
Del rumbo elegido dependerán asuntos
tan importantes como la profundidad y la duración de la sequía (paradoja
japonesa: mientras más liquidez inyectes, más durará la recesión), las
presiones inflacionarias provenientes de los precios de energéticos y alimentos
(la relación inversa entre el dólar y esos precios ha quedado establecida), la
apertura o la cerrazón de los mercados al comercio exterior (la peligrosísima
tentación proteccionista es más fuerte que nunca entre los políticos del
mundo).
Pocas veces en la historia tanto ha
dependido de una contienda electoral entre dos candidatos que, ¡ay!, no han
dado hasta hoy señales de tener los tamaños para una tarea que requiere más
agallas que artilugios electoreros.