En otros países del mundo los actos terroristas unen a
los partidos políticos, que dejan de lado sus diferencias para hacer un frente
común nacional. Esto lo hemos visto en países tan diferentes como Estados
Unidos, después de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001; en
España, tras los ataques a trenes del 11 de marzo de 2004; y en el Reino Unido,
después de los atentados en el subterráneo de Londres del 7 de junio de 2005.
En todos los casos los partidos de oposición expresaron de inmediato su apoyo a
los gobiernos de sus países.
El atentado registrado el pasado 15 de septiembre,
durante la ceremonia del grito en Morelia, Michoacán, y que tras la explosión
de dos granadas dejó un saldo de siete muertos y un centenar de heridos, obligaba
a una reacción similar. Por eso el presidente nacional del PAN, michoacano de
nacimiento, Germán Martínez Cázares, ofreció de
inmediato todo su apoyo al gobernador perredista Leonel Godoy. Felipe Calderón, el presidente de la
república, también panista y también michoacano, hizo
un llamado a la unidad nacional desde la columna de la independencia.
El presidente nacional del PRD, Guadalupe Acosta,
aceptó el llamado a la unidad, “siempre y cuando” esto no implique violaciones
a las garantías individuales. Poco antes de que se llevaran a cabo los
atentados, en cambio, el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador pedía
a sus simpatizantes que continuaran sus marchas y cuestionamientos a la
legitimidad del gobierno del presidente Calderón.
Antes de que se tuvieran los primeros resultados de la
investigación sobre el atentado de Morelia, las autoridades michoacanas ya
señalaban que el posible responsable sería alguna organización de
narcotraficantes, como la llamada Familia. No parece haber, sin embargo, una
motivación de un grupo criminal para llevar a cabo un atentado contra la
población civil. De hecho, las organizaciones de narcotraficantes han buscado
siempre tener buenas relaciones con las comunidades en las que operan. Un
atentado contra civiles generaría una reacción contraria.
La experiencia nos dice que los atentados terroristas
contra la población civil no son usualmente perpetrados por organizaciones
criminales sino por agrupaciones políticas que se oponen al régimen existente.
Por eso es tan inquietante que López Obrador, el político que ha mandado “al
diablo a las instituciones”, no haya ofrecido un deslinde claro y contundente
ante este ataque contra la población civil.
De hecho, en su último libro, El petróleo: la gran tentación, López
Obrador advierte con un tono mesiánico: “El fraude nos llevó a más pobreza,
desempleo, carestía, crisis de bienestar social y desamparo, a más inseguridad
y a más violencia. Todo lo cual, si se hubiera respetado el voto ciudadano, no
se estaría padeciendo o, cuando menos, habría la esperanza de salir adelante y
no la sensación de frustración que empieza a dominar en amplios sectores de la sociedad.”
Esta actitud, de “yo o la violencia”, es la que suele generar atentados como el
que vimos en Morelia.