Durante un momento hubo esperanza. Al revisar el pasado 29 de
septiembre el primero de 42 juicios de amparo en contra de la ley electoral
aprobada por el Congreso en el 2007, el pleno de la Suprema Corte decidió, por
votación dividida de seis a cuatro, que los tribunales del país no podían
seguir simplemente desechando los amparos contra enmiendas constitucionales
como “notoriamente improcedentes”.
Particularmente significativo fue el pronunciamiento del ministro
presidente, Guillermo Ortiz Mayagoitia, quien señaló
en la discusión que votaría a favor del proyecto que ordenaba a los tribunales
inferiores admitir una denuncia de amparo en Jalisco contra la reforma
electoral porque el reciente fallo de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos había determinado en el reciente caso de Jorge Castañeda que el Estado
mexicano no podía dejar en estado de indefensión a los ciudadanos.
Tanto inquietó esta decisión a la clase política mexicana,
especialmente a quienes tienen el control de las cámaras legislativas, que
personajes como el senador priista Manlio Fabio Beltrones o el perredista Ricardo Monreal lanzaron advertencias a los
ministros para no extralimitarse en su sentencia. El senador panista Ricardo García Cervantes señaló que había que
introducir una iniciativa de ley que específicamente señalara en la
Constitución que las enmiendas constitucionales no pueden ser objeto de amparo,
aun cuando violen los derechos individuales.
Tres días después, el 2 de octubre, la Corte falló en otra decisión
dividida, otra vez seis a cuatro, que los tribunales sólo podían revisar el
procedimiento de aprobación de las enmiendas constitucionales. En otras
palabras, los ministros, jueces o magistrados sólo pueden estudiar temas como
el número de votos y las condiciones en que éstos se hicieron, pero no el
contenido o el fondo de los asuntos.
Para los ciudadanos mexicanos ésta es una muy grave derrota. La clase
política ha reconfirmado su enorme poder. Los derechos humanos de los
ciudadanos poco valen frente a los intereses de los políticos. La ley electoral
obstaculiza la participación de los ciudadanos en la vida política: prohíbe las
candidaturas a cargos de elección popular de quienes no sean postulados por
partidos políticos, prohíbe la reelección de legisladores y por lo tanto su
rendición de cuentas, dificulta la creación de nuevos partidos políticos que
sean un reto para los que ya existen y prohíbe a los ciudadanos contratar
tiempos de radio y televisión para expresar ideas políticas. La clase política
ha creado así una ley diseñada específicamente para beneficiar a… la clase
política.
Una vez que tomamos en cuenta todas las decisiones de la Corte de la
semana pasada, podemos decir que los ministros han reconocido --lo cual es
positivo-- los compromisos que nuestro país ha asumido a nivel internacional y que
obligan al Estado mexicano a dar medios de defensa a
los ciudadanos frente a los abusos de la autoridad. Esos medios de defensa
pueden incluir el amparo en contra de los procedimientos con los que se
aprueban las enmiendas constitucionales, pero desafortunadamente no de los
contenidos. Si la clase política quiere aprobar enmiendas constitucionales que
violen los derechos humanos, los ciudadanos no tenemos defensa en el fondo.
Sólo podemos cuestionar si los procedimientos se cumplieron de forma adecuada.
Aun estas pequeñas limitaciones han
enfurecido a la clase política. Por eso vemos a senadores como el priista Manlio Fabio Beltrones, el perredista Ricardo
Monreal y el panista Ricardo García Cervantes advertir
a los ministros que no se atrevan a debilitar su capacidad para aprobar
reformas constitucionales que violen las garantías individuales.