10/15/2008
Intervencionismo cambiario
Roberto Salinas

Es una verdadera decepción que las autoridades centrales decidieron intervenenir en el mercado cambiario, para “estabilizar” los recientes movimientos ultra-erráticos del tipo de cambio.

 

Hace tan sólo un trimestre habíamos presenciado un nuevo debate sobre el “super-peso,” siendo que la paridad estuvo a punto de romper la barrera psicológica de los diez pesos por dólar.  Los empresarios, los exportadores, los analistas, la gente cotidiana, hasta el primer ejecutivo, hacían llamados para evitar la apreciación de la moneda nacional, aun cuando este proceso es inevitable si se mejora el régimen de inversión.

 

Otros decíamos ver un escenario cambiario más cercano a los nueve pesos que a los once pesos—y, de hecho, ese es el nivel que determinaba el simpático criterio del Big Mac, elaborado por The Economist: un nivel cambiario de alrededor de 9.3 pesos por un dólar estadounidense.

 

Las cosas cambian, de la noche a la mañana. Y, en un sistema de flotación del tipo de cambio, la paridad se mueve de acuerdo a las necesidades, y las percepciones, de oferta y demanda de las divisas. Al intervenir, por más que sea para “neutralizar” episodios de extrema especulación, se está enviando una señal contraria a la flotación, es decir, que el interventor central sabe más o menos donde debe situarse el nivel cambiario.

 

Sin embargo, si consideramos que trece o catorce o quince pesos por dólar es un nivel irreal, los actores en el mercado cambiario presumiblemente lograrán realizar esa misma decisión. Según algunos, un nivel de catorce por dólar implica que la compra de pesos es una ganga. Según otros, la gente debe refugiarse en lo más seguro posible. A la postre, la flotación suaviza sus propios movimientos cambiarios irracionales.

 

Si es así, otra señal equivocada, y peligrosa, del intervencionismo cambiario es que, al fin del día, las reservas internacionales, además de ser costosísimas, serán usadas para estabilizar el tipo de cambio. En un esquema de flotación, estos voluntarismos están fuera de orden. Además, no funcionan. Si el mercado cambiario piensa, en efecto, que el peso debe estar a niveles 40 por cierto superiores a los niveles de hace apenas tres meses, no hay reservas en el mundo que puedan aguantar esa decisión colectiva. Se nos acaban en unas dos o tres semanas, sino es que menos.

 

Hasta ahora, la emergencia de “estabilizar” los movimientos del tipo de cambio ante la brutal derrama financiera parece haber logrado su propósito—a costas de que, al manipular el nivel del tipo de cambio con intervenciones artificiales, se dio una injusta transferencia de recursos bajo niveles cambiarios subsidiados por las instancias centrales.

 

Mejor, pase lo que pase, ni lo toquen. Cada vez que se ha tocado el tipo de cambio, el costo de la medicina resulta ser mucho más doloroso, más caro, que la enfermedad de irracionalidad cambiaria que se pretende erradicar.

 

¿Somos, o no, un sistema de flotación? Parecería que sí, pero sólo a los niveles que determinen los intervencionistas cambiarios.

 



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