Miami (AIPE)- Cuando menciono la “colombianización” de México, tanto mis paisanos como
algunos mexicanos ponen el grito en el cielo. Los primeros porque no aceptan
que Colombia ha vivido años de miedo por el narcotráfico y el terrorismo
financiado por este, y los otros porque tampoco admiten que la violencia
empeora al punto de parecerse a Colombia, en la época del narco-terrorismo
a finales de los 80 y comienzos de los 90.
La verdad duele, pero hay que decirla, porque
ignorarla es ser cómplice de los traficantes y de los corruptos que los
protegen. Los gobiernos están obligados a responder por el avance del
narcotráfico que ya penetró descaradamente, no sólo las bases policiales,
políticas y sociales, sino los altos círculos del poder.
Así era en Colombia y ahora se repite en México.
También han surgido grupitos en Centroamérica, adiestrados por capos
colombianos y hasta mexicanos. En Honduras, especialmente en San Pedro Sula, se
crearon desde hace un par de años rutas comerciales por donde envían droga, a
través de Cuba o México, a Estados Unidos.
Lo mismo ocurre en Nicaragua. Es probable que
funcionarios del gobierno estén siendo cómplices de esos delincuentes.
Pero lo que ocurre en México es el ejemplo claro
de la “colombianización”. La sangre que derrama ese
pueblo, donde aparecen cuerpos dispersos por doquier, algunos mutilados hasta
sin cabeza, comprueba que la guerra del gobierno de Felipe Calderón y la
respuesta de los carteles está tomando el mismo rumbo de Colombia, lo que
llevará al fracaso de esa batalla.
Cuando Pablo Escobar, jefe del cartel de
Medellín, fue denunciado y se le persiguió, retó al gobierno y al Estado.
Explotó bombas, mató inocentes y aterrorizó.
En el momento en que Felipe Calderón asumió el
poder resolvió perseguir a los carteles y la respuesta que ha recibido es
violencia y terrorismo. Ahora, que no me vengan con el cuento de que México no
está “colombianizado” y que decirlo daña la imagen de
los países en cuestión.
La permeabilidad y volubilidad de la clase
dirigente tolera y fomenta esa semejanza. Los policías y políticos, algunos con
miedo y otros descarados corruptos, aceptan sobornos sin importarles el terror
que sufren sus paisanos, ignorando olímpicamente que conducen a su nación hacia
un estado de violencia demencial.
Pero hay un problema más grave detrás de la
guerra contra las drogas: el consumo interno. Gran parte de los estupefacientes
se queda en los países productores porque cuando más cierran las fronteras, los
carteles buscan mercados domésticos que son fáciles de inducir.
El presidente Calderón tuvo la iniciativa, la
semana pasada, de despenalizar el consumo de drogas en México. Los adictos
podrán poseer cantidades mínimas de cocaína, marihuana, LSD, opio y hasta
heroína.
Suena escabroso, pero no es una ley que vaya a
permitir libertad de drogarse en lugares públicos. Habrá control policial para
estas personas. Si alguien es atrapado, voluntariamente se tendrá que someter a
un tratamiento médico para solucionar su fármaco-dependencia.
Bien es sabido que ciertas autoridades,
encubriendo su complicidad y fingiendo trabajar, detienen a consumidores y no a
proveedores. La nueva ley en México dirigirá la lucha contra los vendedores y
no contra las víctimas. Porque finalmente el que cae en ese maldito vicio es
una víctima.
Mi esperanza es que este pequeño paso en México
sea un aporte importante hacia la legalización controlada y regularizada de las
drogas, para comenzar a atacar con más fuerza el problema primario: la
adicción.
La guerra contra las drogas en Colombia fracasó
porque pocos pensaron en los drogadictos, ni siquiera los estadounidenses que
son los consumidores potenciales. Enfocaron la lucha en capturar capos, como
trofeos y en evitar que los dólares enriquecieran a países latinoamericanos. Al
hacerlo, en vez de acabar la raíz del problema, lo que provocaron fue una
metástasis, como cuando se extirpa un tumor canceroso del cuerpo. Se reprodujeron
cientos de cartelitos difíciles de identificar y eliminar.
No se puede seguir repitiendo esa historia ni en
Colombia, ni en México, ni en ningún otro país de Latinoamérica. Hay que
cambiar de estrategia y la legalización podría ser una opción saludable para la
sociedad. La guerra más grande se debe librar contra la drogadicción.
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Corresponsal internacional de Univisión.