10/16/2008
Un club de arrogantes, un poquito tontos
Ricardo Medina

Cualquier periodista del mundo sabe que si se juntan los financieros con los políticos habrá “nota”. Sucederá, o al menos se dirá, algo “notorio”, digno de hacerse noticia y transformarse en comentario, análisis y crítica pública más o menos estentórea.

 

Ambos grupos – financieros y políticos – tienden a tener acerca de sí mismos una imagen más grandiosa de lo que les corresponde en la realidad.

 

El político cree, de veras lo cree, que lo que dice o lo que hace tiene repercusiones contundentes e inmediatas en millones de seres humanos. Pero pocas, muy pocas veces es así. La vida cotidiana sigue y en la mayoría de los casos “la gente” (es decir el 98 por ciento o más de las personas) ni se da por enterada, sigue trabajando, riendo, llorando, comprando, vendiendo, especulando, rezando, maldiciendo, criando hijos, consintiendo nietos, amando, cultivando gozos o amarguras. Y eso sin importarle un rábano lo que hagan o digan los políticos.

 

Algo similar sucede con los financieros. Se creen más de lo que son en realidad: Más poderosos, más influyentes, más decisivos para el cosmos. Pobres.

 

Hay un tercer grupo social, el de los periodistas, donde también somos extremadamente vanidosos; soñamos que el mundo se estremece cotidianamente al influjo de nuestros mensajes, pero poquísimas veces es así. Con un agravante: Alimentamos la vanidad y la grandilocuencia de políticos y de financieros.

 

Políticos, financieros y periodistas: Un club selecto que cree ingenuamente que domina al mundo.

 

Casey B. Mulligan, profesor de economía en la Universidad de Chicago, escribió en The New York Times algo muy sencillo y que debería resultar obvio: Salvar a los bancos NO es salvar al mundo.

 

Lo más probable, en medio de esta crisis político-financiera global, es que el mundo NO necesite ser salvado de la recesión o de la depresión económica. Y es un hecho, además, que políticos, financieros o periodistas no somos confiables como redentores.

 

Ni siquiera somos capaces de curar una gripa o de calmar un corazón atribulado. La economía sigue funcionando como siempre. Pregúntenle a la señora que fue al supermercado ayer y que ni siquiera sabe, ni le importa, que los accionistas de esa empresa están en medio de la peor tormenta financiera de los últimos 50 años.

 



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