1/6/2011
Siglo XXI: Segunda década (II)
Arturo Damm

La primera década del siglo XXI, en materia de economía, resultó mediocre, tal y como lo muestran las cifras del Producto Interno Bruto, el PIB, que es la producción de bienes y servicios, y la generación de ingreso, que se llevó a cabo en el país, y que entre 2001 y 2010 registró un crecimiento promedio anual de 1.7 por ciento.

Cierto, a lo largo de estos diez años hubo, en materia de PIB, años buenos, pero a esos buenos años les siguieron años malos, de tal manera que lo que se avanzó en los primeros se retrocedió en los segundos, siendo el resultado final mediocre, y no solamente por culpa de la recesión de la economía estadounidense, sino, sobre todo, ¡reconozcámoslo!, por la falta de las reformas estructurales que fortalezcan y multipliquen los cimentos de nuestra economía, cimientos que no son, ni todos los que deben ser, ni todo lo fuertes que deben ser, defectos ante los cuales debemos preguntarnos, ¿por qué?

Tres son, a mi entender, los obstáculos que hay que superar para llevar a cabo las reformas estructurales. En primer lugar la ignorancia, de la mayoría de los involucrados en el tema de las reformas, comenzando por los legisladores, en materia de economía, ignorancia que la muestran cada vez que hablan sobre el tema. ¡Dicen cada barbaridad, ya se trate del precio de la tortilla, del uso que se le debería de dar a las remesas, o de cómo debería manipularse el tipo de cambio peso – dólar!

En segundo término los prejuicios, sobre todo de muchos legisladores, en contra de lo privado (por ejemplo: la inversión privada) y, ¡todavía más!, de lo extranjero (por ejemplo: la inversión privada extranjera) y, por lo tanto, a favor de lo gubernamental (ésta, y no público, es la palabra correcta) y lo nacional, prejuicios a favor de la gubernamentalización de la economía y en contra de la liberad individual (para trabajar, emprender, producir, invertir,  distribuir, intercambiar, consumir y ahorrar) y de la propiedad privada (sobre los ingresos, el patrimonio y los medios de producción), libertad y propiedad que son elementos indispensables del progreso económico.

Por último los intereses pecuniarios, sobre todo de cualquier empresario que tenga monopolio, o poder dominante en su mercado, o la posibilidad de, por medio de alguna agrupación, incurrir en prácticas monopólicas (por ejemplo: eliminar al precio como factor de competitividad), intereses contrarios a la competencia (y por ello al mayor bienestar de los consumidores), interesados capaces de cabildear, con quien haya que hacerlo, y al precio que haya que hacerlo, para mantener sus monopolio, o poderes dominantes en sus mercados, o la posibilidad de, a través de alguna asociación, incurrir en prácticas monopólicas.

Estos – ignorancia en materia de economía, prejuicios contra lo privado y lo extranjero, e intereses pecuniarios -, son los enemigos a vencer, y de la victoria depende que esta segunda década del siglo XXI sea, en materia de economía, mejor que la primera. ¿Dónde está el David capaz de enfrentar a tal Goliat?



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