El que los ciudadanos vivan sin la
amenaza de la violencia, y sin la violación de sus derechos a la vida, la
libertad y la propiedad, depende, más que de la honestidad y eficacia del
gobierno para hacer valer esos derechos, del respeto que los demás les tienen,
respeto que puede ser la consecuencia, o de la convicción, o de la conveniencia,
o del miedo, que son las tres razones – convicción, conveniencia, miedo -, por
las cuales las personas se portan bien, quedando claro que la razón principal
del buen comportamiento debe ser la primera, la convicción, que es, de las
tres, la razón ética (si bien es cierto que las otras dos, conveniencia y
miedo, no dejan de tener cierta eticidad).
Pongo un ejemplo. No nos pasamos,
estando tras el volante del automóvil, el alto, o porque estamos convencidos de
que para lograr la convivencia ordenada entre automovilistas, y entre
automovilistas y peatones, hay que respetar las reglas del juego (convicción);
o porque no nos conviene, ya que sabemos que si no respetamos la luz roja
podemos ocasionar un accidente que nos puede salir muy caro (conveniencia); o
por el temor a la sanción a la que, de ser atrapados por algún agente de
tránsito pasándonos el alto, nos haríamos acreedores (miedo). ¿Por que nos
portamos bien? O por convicción, o por conveniencia, o por miedo, siendo que la
causa más eficaz del buen comportamiento es la primera, la convicción, que es,
de las tres, la que porta una mayor carga ética (suponiendo que en cuestiones
de ética haya grados).
¿Cuál es el origen de la convicción
como causa del buen comportamiento? El reconocimiento de la dignidad que, como
personas, tienen los demás seres humanos, reconocimiento que tiene una primera,
e inevitable, consecuencia: el respeto a sus derechos, que en esencia son los
tres señalados por John Locke
- vida, libertad y propiedad -, de los cuales se derivan todos los demás.
Para reforzar esa convicción – “Debo
portarme bien por respeto a la dignidad de los demás” -, vale la pena apelar al
imperativo categórico de Kant, que, en la traducción
del filósofo español Julián Marías, afirma lo siguiente: “Obra de modo tal que
puedas querer que lo que haces sea ley universal”. Vuelvo al ejemplo: si yo, habitualmente,
me paso los altos, ¿puedo querer que todo mundo haga lo mismo? ¿Puedo querer
que todo el mundo vaya por callejuelas, calles y avenidas violando el
reglamento de tránsito? ¿Lo que yo hago, pasarme los altos, puede ser elevado
al rango de ley universal de tal manera que la regla sea “Todos pásense,
siempre, todos los altos”? ¿Qué sería, en tal caso, de la convivencia entre
automovilistas, y entre automovilistas y peatones?
La próxima vez que actuemos de mala
manera, independientemente de cuál sea dicha actuación (no es lo mismo actuar de
mala manera pasándose un alto, que hacerlo secuestrando, mutilando y asesinando
personas), preguntémonos lo siguiente: Esto que estoy haciendo, ¿conviene que
todos lo hagan? Para responder preguntémonos ¿qué pasaría si todos hicieran lo
que yo hago? y, todavía más importante, ¿por qué, si acepto que los demás no
deben hacerlo, yo, de manera privilegiada, lo hago?
Una manera coloquial de enunciar el
imperativo categórico de Kant la encontramos en el
famoso dicho popular “No le hagas a los demás lo que no quieres que te hagan
". Si tú no quieres que otro se pase el alto y te choque, no te pases tú
el alto creando la posibilidad de chocarle a otro.
Continuará.