Miami (AIPE)- El desastroso legado de la administración de George W. Bush hace pensar que el
Partido Republicano merece perder las elecciones presidenciales de noviembre,
pero el dúo Obama/Biden significaría
una aceleración del estatismo y dirigismo del costosamente fracasado Estado de
Bienestar que Washington nos ha ido imponiendo solapadamente. Esto suele acelerarse
cuando ambos poderes, el Ejecutivo y el Legislativo, están en manos del mismo
partido. Sí, como afirmaba Lord Acton: “el poder
corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. De esa manera, Washington
le ha dado la espalda a los fundamentos de la Declaración de Independencia y a aquello
que los próceres consideraban ser la única función del gobierno: la protección
de los derechos ciudadanos a la vida, la propiedad y la búsqueda de la
felicidad.
Uno de los graves problemas que confronta Estados Unidos es el déficit
presupuestario que para el año fiscal que comienza el 1° de octubre se estima alcanzará
438 mil millones de dólares, sin incluir el costo de solventar a los dos
gigantes del financiamiento hipotecario, Fannie Mae y Freddy Mac. Sí, el
pariente endeudado en 20 mil dólares con
su tarjeta de crédito es una persona infinitamente más responsable que aquellos
que hemos elegido para que protejan nuestros derechos.
¿Piensa que exagero? Ojalá así fuera. Los
atropellos cometidos por gobernantes y políticos implicarían cárcel para
ciudadanos comunes y corrientes. Quizás el caso más despreciable es la
inflación de la moneda que, dicho así, suena como mal incurable, de lo que
nadie sería culpable. Incierto. La inflación es un robo efectuado
descaradamente por gobernantes y políticos en contra del ciudadano. La Reserva
Federal, es decir, el banco central de Estados Unidos, fue creado por el
Congreso en 1913 y el poder adquisitivo de un dólar hoy es menos de 5 centavos
del dólar de entonces. Como si eso fuera poco, aumentos en nuestros ingresos
que no cubren el incremento del costo de vida implican que pagaremos más en
impuestos sobre la renta porque saltamos a una tasa impositiva más alta, aunque
nuestros ingresos reales hayan decaído.
El daño es aún mayor cuando se toma en cuenta que la inflación de la
moneda es una invitación a que la gente gaste sus ingresos lo antes posible;
entonces, sin ahorro decaen las nuevas inversiones y, por consiguiente, las
nuevas fuentes de trabajo, como también la presión salarial que en tiempos de
auge económico sienten los patronos que no quieren peder sus mejores
trabajadores a empresas competidoras.
Claro que los políticos no nos hablan de nada de eso. La escalada de los
gastos gubernamentales supuestamente se lleva a cabo para el mayor bienestar de
la mayoría, a quienes se les da a entender que todo ello está siendo pagado
exclusivamente por los muy ricos. Mentira. Los muy ricos siempre salen ganando,
primero porque pueden darse el lujo de contratar a los mejores asesores de
inversiones y de impuestos y porque sus aportes a las campañas electorales
suelen ser premiados de múltiples maneras: desde jugosos contratos para la
reconstrucción de Irak hasta invitaciones a la Casa Blanca para codearse con
los políticamente poderosos.
Una luz al final del túnel es que Sarah Palin parece entender esta realidad y estar dispuesta a dar
la pelea en verdadera defensa de los intereses del ciudadano común y corriente,
de la clase media de este país, básicamente compuesta por gente trabajadora y responsable que no aspira a recibir dádivas de
los políticos ni acepta que las escuelas públicas deformen la manera de pensar
de nuestros hijos.
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