La clave en el funcionamiento de
cualquier mercado son los precios. La semana pasada el corazón del mercado
financiero mundial se colapsó porque los precios dejaron de funcionar. Cuando
las dos únicas opciones en el mercado de activos son apostar a una espiral sin
fin a la baja (ventas en corto o al descubierto sin “piso” visible en los
precios, como único medio de “ganar”) o rehusarse a realizar cualquier
operación porque no se sabe ya qué es un activo triple AAA y qué es un activo
basura, el sistema de precios está fuera de servicio.
Por eso, dos señales fueron
decisivas para detener la debacle total: 1. Prohibir las operaciones en corto y
al descubierto que estaban dinamitando cualquier sistema de precios y 2.
Anunciar un esfuerzo bipartidista, similar al del rescate de las empresas de
ahorro y préstamos a fines de los años 80 y principios de los 90 (RTC, por Resolution Trust Corporation), que parecería ser una respuesta
definitiva, no discrecional, a la tormenta financiera; respuesta costosísima
para los contribuyentes, erizada de dificultades y riesgos (un defecto de
diseño en el rescate podría ser desastroso para la economía mundial), pero
respuesta ordenada y racional, en lugar del patético espectáculo de ver a la
Reserva Federal y al Tesoro actuar como bomberos atolondrados que corren de un
lado a otro, sin orden ni concierto, tratando inútilmente de apagar fuegos que
se multiplican a una velocidad vertiginosa.
¿Quién inició el fuego? Sobre todo,
una política monetaria laxa dictada por el miedo a la recesión que se puso en
marcha a principios de este siglo, para sortear el estallido de la burbuja de
las “punto com”.
Los damnificados son, somos, legión.
El problema de fondo NO es de
liquidez (ése es el principal error de diagnóstico que han cometido los
“bomberos atolondrados”), sino de solvencia. Para que el sistema sea solvente,
los precios deben permitir distinguir lo que vale de lo que es “cadáver, polvo,
sombra, nada”. La clave de funcionamiento del mercado es reflejar, a través de precios fijados por
oferta y demanda, el auténtico valor de los activos y reconocer las pérdidas
como tales: PÉR-DI-DAS.