San Carlos, Sonora.- La publicidad en revistas,
periódicos, Internet, radio y televisión ofrece al turista en este lugar,
ubicado en la zona central de la costa de Sonora, la experiencia de un paisaje
extraordinario creado por el encuentro del desierto con las aguas del Golfo de
California.
Y eso es cierto. Todo visitante, al aproximarse a este
centro turístico recibe el encanto de una serranía agreste que se introduce en
el también llamado Mar de Cortés, formando una sinuosa línea costera abundante
en bahías, acantilados y playas que hacen de la región un destino ideal para la
pesca, el buceo, la navegación, los deportes, el disfrute playero, el descanso
y la contemplación.
El ahora Puerto de San Carlos era, alrededor de
cuarenta años atrás, un área de campamentos pesqueros en los que pobladores de Guaymas, principalmente, se asentaban temporalmente para
extraer de sus aguas costeras diversos productos marinos de acuerdo a las
respectivas temporadas. Hoy en día, con una población oscilante estimada entre
3,000 y 5,000 habitantes, es una pequeña ciudad con (casi) todos los servicios
y de una enorme hospitalidad a todo visitante.
Sin embargo, todo el atractivo turístico, residencial
y comercial de este maravilloso lugar se encuentra amenazado por la depredación
pesquera incontrolada, la irresponsabilidad ecológica en los servidores
públicos, la negligencia al aplicar las leyes de las autoridades de los tres
niveles y el abuso ambiental de prestadores de servicios, visitantes y
residentes.
Los sonorenses, tal vez insensibilizados por el magno ecocidio que la agricultura y la ganadería de nuestro
estado, han venido perpetrando por décadas y lo seguirán haciendo, sobre
nuestros recursos naturales, no hemos sido capaces de observar lo que está a la
vista.
Empezando por la carretera que une a este puerto con
la maltrecha y disputada federal 15, el viajero puede mirar a los lados del
camino la maquinaria arrasando el monte y rellenando brazos de estero,
absolutamente ajena al equilibrio de los ecosistemas existentes. Aquí lo
importante para el propietario del terreno, es la obtención del mayor número de
lotes para la venta, sin importar el impacto que su acción tendrá sobre la
naturaleza.
Ya en la zona urbana el descuido y deterioro de la
infraestructura es evidente. Vialidades pésimas, basureros aquí y allá y hasta
unas horribles cabezas de pozo en plena orilla de las playas de El Crestón, que
nadie me ha podido explicar para qué son o qué función desempeñan, pero que
despiden una insoportable peste de aguas negras que da lugar a suponer que se
trata de emisores submarinos del drenaje del puerto hacia el hermoso mar.
Ya en las playas la contaminación por deshechos
orgánicos e inorgánicos se topa o se enreda en los pies del paseante. Plásticos,
botellas, vidrios, papeles, pañales y docenas de materiales extraños flotan en
el agua o son revolcados por las olas, sin que existan conciencias indignadas
que levanten la voz y exijan medidas curativas y preventivas para tan estúpida
agresión.
Aguas adentro, en los litorales de islas e islotes es
cotidiana la figura del panguero armado de compresor y mangueras, que espera el
producto indiscriminado y predatorio de uno o dos buzos que ajuarados de
aletas, visor, gancho y malla levantan todo lo que se atraviesa ante sus ojos:
peces, caracoles, jaibas, pulpos, conchas y corales, estén éstos últimos vivos
o muertos ya que no falta quien los compre como bonitos adornos de casas y
negocios.
Ya en pleno mar abierto, el panorama se ameniza con
barcos pesqueros cuyas artes de pesca están prohibidas aquí y allá, pero que
gracias al oportuno arreglo con los encargados de vigilar el cumplimiento de la
normatividad, son capaces de barrer los fondos marinos y arrasar las aguas
superficiales, medias y profundas, para capturar a cuanta criatura marina tenga
la desgracia de cruzarse en su trayectoria.
Son muchas más las conductas predatorias que sería
posible reunir en este artículo. No obstante, habré de referir, por último,
sólo una que me parece absurda e irritante. Al norte de
Todavía es tiempo de detener el ecocidio.
El Acuario del Mundo como le llamara el inolvidable Jacques Costeau,
merece nuestro respeto y atención. ¿Seremos capaces de actuar?