“Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene
es remedio.”
Joan Manuel Serrat
En un país en el que la libertad de expresión se encuentra cada vez más
amenazada, resulta muy preocupante la decisión del juez 29 de lo civil en el
Distrito Federal, Miguel Ángel Robles Villegas, que declaró culpable de daño
moral al autor Alfredo Rivera Torres en agravio del diputado del PRI Gerardo
Sosa Castelán.
Rivera Torres escribió el libro
El diputado Sosa demandó por daño moral no sólo al autor sino a todo el
que tuvo algo que ver con este libro: al periodista Miguel Ángel Granados Chapa
por haber escrito el prólogo, a la editorial Miguel Ángel Porrúa
por haber publicado la obra, a la empresa Libraria
por haber hecho la tipografía, a Enrique Garnica García por haber diseñado la
portada y a Héctor Rubio Traspeña por haber tomado la
fotografía de la portada. El propósito era claramente mandar un mensaje de
intimidación no sólo a Rivera Torres y a Granados Chapa, un periodista que ha
sido también candidato del PRD al gobierno de Hidalgo, sino a toda la comunidad
periodística del país.
El juez Robles Villegas exoneró a Granados Chapa de la acusación, pero
declaró culpable al autor Rivera Torres. La información con la que cuento, la
cual procede de una nota del periódico Reforma
que cita a la abogada de los demandados Perla Gómez Gallardo, no aclara si la
editorial, la empresa de tipografía, el diseñador de la portada y el fotógrafo
han sido declarados también responsables de este supuesto daño moral, pero no
me sorprendería. El juez no ha fijado aún el monto de la indemnización.
Este fallo es apenas la primera instancia en un proceso que bien puede
ser muy prolongado. Los demandados tienen la opción de apelar el fallo y de
ampararse ante la justicia federal. El caso podría llegar finalmente ante
El artículo 1916 del Código Civil Federal establece que por daño moral
“se entiende la afectación que una persona sufre en sus sentimientos, afectos,
creencias, decoro, honor, reputación, vida privada, configuración y aspectos
físicos, o bien en la consideración que de sí misma tienen los demás”. Este
daño moral se produce al comunicar “a una o más personas la imputación que se
hace a otra persona física o moral de un hecho cierto o falso, determinado o
indeterminado, que pueda causarle deshonra, descrédito, perjuicio o exponerlo
al desprecio de alguien”.
Lo que inquieta de esta figura es que un periodista, o el autor de un
libro, como ocurre en este caso, puede ser hallado responsable de daño moral
por la simple imputación de un hecho, “cierto o falso, determinado o
indeterminado”. La verdad no es, como vemos, una defensa legal en el caso del
daño moral. El juez puede determinar que una información “deshonra” a un
individuo, como al diputado Gerardo Sosa, aun cuando sea estrictamente cierta.
Se ha hecho común que los políticos recurran a la demanda civil por
daño moral como forma de intimidar a periodistas y autores ahora que se ha
derogado el delito de difamación del Código Penal. La razón es que, al
contrario del delito de calumnia, los jueces pueden decretar que ha habido un
daño moral aun cuando lo que se publique sea cierto. Por eso esta figura es una
amenaza tan importante a la libertad de expresión en nuestro país.
No me encuentro entre quienes plantean que debe eliminarse la figura de
daño moral de nuestra legislación. Las personas físicas y morales deben tener
la posibilidad de defender su buen nombre ante los tribunales cuando sean
sometidos a imputaciones falsas.
Pero ahí radica la clave. Las imputaciones deben ser falsas. El
periodista tiene la obligación de dar a conocer información sobre personas y
empresas: ésa es la razón misma de la profesión. Es obligación del periodista
verificar que esa información sea cierta o cuando menos que haya razonables
indicios de su veracidad. Pero no debe en justicia exigírsele el pago de una
indemnización si la publicación información cierta y verificada causa un daño
moral.
Si al periodista o al autor de libros se le prohíbe llamarle corrupto
al corrupto, entonces la libertad de expresión que supuestamente garantiza el
artículo sexto de
El padrino Fonseca
Alejandro Fonseca se convierte en un
mártir más no sólo de la libertad de expresión sino de la lucha intensa que los
mexicanos estamos librando para recuperar la seguridad perdida. El Padrino
Fonseca, como se le conocía en Tabasco, un conductor de radio de apenas 33 años
de edad, se había convertido en una de las voces valientes en la lucha contra
la inseguridad en Tabasco. Esta semana fue ejecutado por unos sicarios cuando
colocaba unas mantas con lemas en contra del secuestro. A eso hemos llegado en
este país en el que los criminales ejecutan a quien quieran, a plena luz del
día, en cualquier lugar.