Es momento de agarrar al toro por
los cuernos. Toda crisis es una oportunidad; y la oportunidad económica ahora,
para nuestro país, es consolidar la máxima flexibilidad posible (¡deseable!),
tanto para amortiguar los efectos negativos de la crisis mundial como para
identificar nuevas oportunidades de captación de inversión.
Esta actitud en políticas públicas
exige creatividad para identificar a los intereses especiales opuestos a los
cambios estructurales necesarios, así como agresividad para dar impulso a la
flexibilidad. Hay un evidente peligro de que demos dos, o más, pasos atrás, en
estos tiempos donde se anuncia el fin del capitalismo, donde se presume la
superioridad de la intervención estatal, donde se celebra el colapso del
consenso de Washington.
Más allá de estas etiquetas
ideológicas, de los discursos políticos sensacionalistas, se encuentra el
peligro de que renazcan las viejas recetas populistas—el regreso al abuso del
gasto público para crecer (ahora bajo el pomposo nombre de política
contra-cíclica), o del proteccionismo comercial como instrumento de desarrollo
interno, o de estatización de activos en aras de impulsar actividades
“nacionales.”
Al final del día, éstas y otras
recetas no impulsan el crecimiento, la generación de nueva riqueza. Más bien,
implican una masiva transferencia de recursos de un lugar de la sociedad a
otro. El consumidor será la gran víctima.
Por ello, para aprovechar esta
oportunidad dentro de esta crisis, la administración calderonista
debe agarrar al toro por los cuernos. Por ejemplo, podría endosar la idea de
Roberto Newell, director del IMCO, de adelantar los
tiempos para eliminar el impuesto sobre la renta, y de plano consolidar la
transición a un régimen de impuesto único.
Debería, quizás, retomar la
propuesta energética y re-iniciar la negociación, bajo el principio de las
necesidades del sector, de inversión, de transferencia de tecnología, del
futuro que se presenta en nuestro entorno energético. Esta mini-reforma no es
un paso en la dirección correcta, más bien, es una muestra fehaciente de lo que
Jesús Silva Herzog llama “la miseria del
posibilismo.” Si el piso es cero, o arribita de cero,
ello es fórmula segura para lograr una negociación muy cercana a cero, o arribita de cero.
Los tiempos, sin embargo, exigen un
diez, o abajito de diez. Lo posible puede ser, a veces suele ser, totalmente
indeseable. (Otra perspectiva, más cínica pero ciertamente interesante, es que
ante el eventual agotamiento de nuestra capacidad productora, nuestro país se
convertirá en una economía no petrolera, con lo cual las autoridades se verán,
en todos los puntos del mapa político, a contemplar los cambios necesarios en
las estructuras económicas para convertirnos en una sociedad más flexible, más
productiva. ¿Será?)
Otra idea en esta misma dirección
sería usar las reservas internacionales y de plano reducir o radicalmente
refinanciar la deuda externa. Incluso, podríamos sustituir deuda externa por
deuda interna, de tal suerte que no corramos con los actuales riesgos en tipo
de cambio, a la vez reduciendo el costo efectivo total de la deuda pública.
Ello inyectaría confianza en el mercado financiero, y mostraría la
disponibilidad, en tiempos de crisis, en tiempos de emergencia, de agarrar el
toro por los cuernos.
O, como apunta también Juan
Pardinas, en su columna del Reforma
del domingo pasado, la administración podría adoptar aquellas propuestas del amloismo que
tienen un grado de lógica económica, como lo es la propuesta de reducir gasto
corriente y reorientar esos recursos a las clases más
necesitadas, por medio de subsidios directos.
Hay que pensar en soluciones
creativas, en propuestas ambiciosas. El posibilismo es una receta
verdaderamente miserable. Pero esta crisis ha presentado una oportunidad sin
precedente para revisar las premisas, para agarrar el toro por los cuernos…