Pues no. Resulta que la economía mexicana no sufrirá un simple
“catarrito” como consecuencia del desplome de los mercados financieros en
Estados Unidos y el mundo. Ha quedado atrás la idea de que, como hemos estado
muy bien portaditos en un momento en que el gobierno y la Reserva Federal de
los Estados Unidos se comportaban con una irresponsabilidad supina, no
tendríamos problemas por la crisis internacional.
Pero la crisis ya está contagiando a México y lo está haciendo por
muchos lugares. El precio del petróleo, que había alcanzado niveles de hasta
140 dólares por barril, ha bajado ya a 60 dólares sin que nadie sepa hasta
dónde puede descender. Las remesas de mexicanos en Estados Unidos, que
crecieron a ritmos de dos dígitos en los últimos años, hoy están cayendo 12 por
ciento al año. Las exportaciones mexicanas descienden también como consecuencia
del desplome de la demanda en Estados Unidos por una amplia gama de precios y
servicios.
Otros golpes están llegando por donde menos se pensaba. La turbulencia
financiera ha dejado expuestos los riesgos en que muchas empresas mexicanas
incurrieron en los mercados cambiarios. No fue, como falsamente lo han dicho
algunos políticos, un problema de especulación en contra del peso. De hecho, lo
que ocurrió es exactamente lo contrario. Un grupo de empresas participaron en
el mercado de derivados y le apostaron a la estabilidad del peso en un momento
en que nuestra divisa alcanzaba niveles de 10 pesos por dólar e incluso menos.
Con la devaluación que se desató como consecuencia de la crisis, la cual secó
los mercados tradicionales de crédito en dólares, estas firmas tuvieron que
salir a los mercados a cubrir sus posiciones y con eso empujaron aún más a la
divisa nacional al precipicio.
Toda crisis tiene costos, pero toda crisis genera también
oportunidades. Éste será el caso del actual desplome de los mercados. No hay
ninguna duda de que la contracción va a ser dura y seguramente prolongada, no
sólo en Estados Unidos sino en muchos países del mundo. México no será una
excepción. Vamos a perder un número importante de empleos en los próximos meses
y esto generará angustias y presiones sociales en un país que ya ha sido víctima
de los buitres del populismo.
Pero si llegáramos a aprovechar este momento difícil para invertir y
construir una economía más eficaz, la crisis bien podría convertirse en la
mejor oportunidad de la vida. Los grandes inversionistas saben hacer esto. Hoy
están invirtiendo porque están conscientes de que quienes apuesten a la
economía del futuro estarán en una posición ideal para aprovechar la
recuperación que llegará tan ineludiblemente como ha venido la recesión que
durante tantos años se pretendió evitar.
México sí está en mejor posición que
otros países del mundo en este inicio de la crisis. Tenemos un déficit de
presupuesto muy pequeño y uno de cuenta corriente que es perfectamente
manejable. Nuestra banca está sólida, especialmente en comparación con el
desastre que estamos viendo en Estados Unidos. Pero de nada nos servirán estas
ventajas si no hacemos las reformas que nos permitan tener más inversión en
energía, un sistema fiscal más justo y eficiente y una educación de mejor
calidad. Estos son los elementos que nos permitirán transformar este catarrito hoy
convertido en neumonía en una verdadera oportunidad.