A veces la política mexicana nos regala ejemplares muy divertidos. Tal es el caso del rollizo Emilio Chuayffet –hoy diputado y líder de los diputados priístas, ayer defenestrado y fracasado secretario de Gobernación, otrora efímero gobernador del estado de México- quien alcanza elevados niveles de comicidad (involuntaria, desde luego) cuando finge estar enojado o indignado. Bien dicen que la indignación de ciertas personas menores –como es el caso- se asemeja más a las pataletas o a los berrinches de los críos que al verdadero enojo de los hombres hechos y derechos.

Don Emilio dijo el jueves pasado a la prensa que está profundamente indignado porque le han contado (inútil pedirle a este tipo de personajes que confiesen la fuente de sus informaciones) que el Secretario de Hacienda, Francisco Gil, le ha criticado por echar para atrás la nueva Ley del Mercado de Valores con artimañas y pretextos baladíes y con el propósito de complacer a sus buenos amigos de Televisión Azteca (específicamente a Jorge Mendoza y Tristán Canales, altos ejecutivos de esa televisora). Don Emilio, como suelen hacer algunas señoras dadas a prestar oídos a la maledicencia y a los chismes de lavadero, dice que le dijeron que Gil dijo… Eso le basta para hacer una escenita de fingida indignación.

Inútil, repito, sería pedirle a este personaje mayores precisiones o pruebas que avalen su enojada suspicacia. Lo interesante es que con esta pataleta -en la que no ha faltado el numerito del honor ultrajado, lo cual, conociendo la trayectoria del personaje, es como para provocar las carcajadas- don Emilio está tratando de distraer la atención de la opinión pública de los hechos escuetos y verificables –esos sí– de que caprichosamente regresó a comisiones el dictamen de una ley que ya tenía las firmas de aprobación de la mayoría de los miembros de la comisión respectiva, la Comisión de Hacienda, de que se tomó todas las molestias para hacerlo, de que apeló a su presunta autoridad como líder de los diputados del PRI y de que lo hizo tras haber cenado, en medio de efusiones de cordialidad afectada, con Jorge Mendoza Garza –ejecutivo, ya se dijo, de la televisora Azteca y encargado último de doblegar, por la buena o por la mala, las voluntades para que se ajusten a los deseos de su jefe, Ricardo Salinas Pliego. Cada cual cabildea hasta donde le alcanza el talento, la cartera o la capacidad de amenaza… Como cereza en el pastel, don Emilio ofreció, sesudos argumentos para pedir modificaciones a ese dictamen (de una materia de la que no sabe este personaje ni la O por lo redondo), exactamente las mismas falacias que han esgrimido los personeros de esa televisora para resistirse a la modernización del mercado de valores. Curioso, ¿no?

Historieta menor de un político menor, este berrinche afectado –así se llama la extravagancia presuntuosa en la manera de ser, de decir o de escribir- revela que algún resto de vergüenza conservan algunos políticos (aun los que chapotean en el lodo) y su personalidad, carne de diván para el psiquiatra, les hace elaborar las más ridículas actuaciones para justificarse, ante sí mismos y ante el público.

Afán inútil, don Emilio, demasiado bien se le conoce. Ahórrese los numeritos. ¿O ésta es su extravagante colaboración a las tareas de apartar los ojos escrutadores de la opinión pública del fango en que chapotean, a placer, los insignes aspirantes de su partido a la Presidencia?