Es preocupante la intención de la burocracia internacional estatista de restringir a un costo excesivo la emisión de CO2 para intentar reducir el calentamiento global, lo cual no solo puede fracasar sino que frenaría el crecimiento económico y condenaría a los países pobres a seguir siendo pobres.
La fe en los biocombustibles es la nueva religión mundial, una mezcla de estatismo de izquierda y derecha (de Lula a Bush), ecologismo, nacionalismo y la vieja teoría de la dependencia. Solo se precisa de buenas políticas públicas, dicen. No es cierto; sin subsidio estatal, todo se derrumba.
Estos demagogos odian el capitalismo porque éste exige un verdadero estado de derecho, el manejo transparente de los fondos públicos, austeridad en el gasto, reducción de impuestos, disciplina monetaria, apertura de la economía y el fin del favoritismo y la corrupción.
Los pueblos no necesitan de petróleo, gas o electricidad para progresar, como lo demuestran muchos países desarrollados que carecen de ellos. Lo único que necesitan es la liberalización de sus economías para que la gente prospere.
El punto sobre la i
Durante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.