Una nación en donde no se respetan los derechos de propiedad no hay incentivos para trabajar duro ni arriesgar capitales, sólo para recibir limosnas.
Miami (AIPE)- Las últimas décadas del siglo XX significaron para los
venezolanos el acelerado crecimiento del Estado y de promesas políticas de
redistribución, bajo una constitución socialista que ofrecía lo que ningún
gobierno podría jamás cumplir, mientras que las cláusulas constitucionales relativas
a garantías económicas y al respeto a la propiedad privada se mantuvieron
suspendidas casi todo el tiempo. La irremediable consecuencia fue la
transformación en poco más de una generación de un país rico, donde básicamente
se respetaba la libertad individual, en otro que alardeaba de gran democracia,
pero donde el creciente control económico y la inflexibilidad de leyes
laborales destruyeron la prosperidad y dispararon el desempleo. Así, los
venezolanos cambiamos el derecho cotidiano a comprar y vender lo que
quisiéramos por el derecho a elegir periódicamente a un dictador económico.
Parte de la tragedia venezolana es que la gran mayoría de los
intelectuales, maestros y periodistas, lo mismo que profesionales y muchos
grandes empresarios lejos de defender los derechos económicos del ciudadano
apoyaron abiertamente la concentración del poder económico en manos de los
políticos. Algunos lo hicieron por profunda ignorancia en materia económica, a
pesar de sus diferentes doctorados, y otros por simple conveniencia personal:
siempre es más fácil convencer o comprar a un ministro que persuadir a decenas
de miles de consumidores en un mercado competitivo.
Así, mientras en los foros internacionales se alardeaba de la democracia
venezolana, tras la “nacionalización” del petróleo y la politización tanto del
Banco Central como del sistema judicial, un país próspero, optimista y de
inmigrantes se había convertido para fines de la década de los 90 en una nación
con estadísticas africanas, creciente economía informal, fuga de cerebros e
inversiones concentradas en áreas protegidas por nexos políticos. Es decir,
Venezuela le dio la espalda al mercado, avanzando en lo que el gran economista
del siglo XX, F. A. Hayek, denominó “el camino a la
servidumbre”.
No pongo en duda que el sistema democrático es el mejor y más
conveniente. El problema es la manera cómo nuestros políticos prostituyen la
democracia para favorecer sus ambiciones personales, mientras la educación
pública procede a lavar el cerebro de la juventud, inculcando falsas “fallas
del mercado” que benefician a los ricos y exprimen a los pobres.
La más superficial observación de la realidad comprueba que las naciones
más pobres son aquellas que sufren de mayor regulación y control estatal;
mientras que las más ricas son las que se desarrollaron cuando gozaron de gran
libertad económica y mínima intervención.
La demagogia socialdemócrata y socialcristiana a lo largo de cuatro
décadas condujo a la actual profundización del socialismo chavista:
expropiaciones de tierras, incumplimiento de contratos, galopante corrupción, más
concentración de la riqueza en manos políticas, altos impuestos, controles de
precio y de cambio, todo lo cual refleja un total desprecio por el individuo y
la propiedad privada. La redistribución sigue siendo la principal bandera
política y como los que menos tienen siempre son mayoría, esa es la clave para
ganar elecciones, que Chávez ahora respalda con fraude electrónico en las
máquinas de votación. Pero una nación en donde no se respetan los derechos de
propiedad no hay incentivos para trabajar duro ni arriesgar capitales, sólo
para recibir limosnas. Hayek aclaró “…si por democracia se entiende dar vía
libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a
llamarme demócrata”.
La actual
tragedia venezolana se complica por la falta líderes políticos que comprendan
lo sucedido y rechacen el socialismo.
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EntrarLa gente subestima la facilidad con la que los gobiernos pueden destruir una economía y lo difícil que es reiniciar esas economías.