Disturbios por la crisis alimenticia en Indonesia, México,
Egipto, las Filipinas y Vietnam. Controles de precios y racionamientos en
Pakistán y China. ¿Estaremos regresando a la trampa maltusiana, donde los
precios de los bienes agrícolas y comestibles como la harina y el maíz, e
incluso de los productos lácteos y las carnes han incrementado en los últimos
años hasta un nivel sin precedente histórico? ¿O será este otro mal producto de
la reciente obsesión de Occidente con las emisiones de CO2 que supuestamente
están destruyendo nuestro planeta con el calentamiento global?
Digamos que existe un caso maltusiano. La demanda por
cereales ha incrementado en un 8% entre el 2000 y el 2006 debido a un
incremento poblacional y de ingresos en el Tercer Mundo, con la normal inelasticidad en la oferta agrícola (la oferta se
incrementa en un 1-2% mientras los precios suben en un 10%), empeorándose por
la larga sequía en Australia que ya casi cumple una década. Ésta es achacada al
calentamiento global producto de las emisiones de dióxido de carbono, que por
su parte justifica la cruzada de los “guerreros del CO2”. Estos factores de
oferta y demanda han llevado a que los precios de los cereales se dupliquen
entre el año 2000 y 2008. Como los alimentos de primera necesidad forman una
parte importante del consumo de los más pobres del planeta, los compradores
netos en el Tercer Mundo han recibido un fuerte golpe. La tesis maltusiana que
fue declarada difunta con la Revolución Verde ha resucitado.
¿Pero lo ha hecho realmente? Examinando los componentes del
crecimiento en el consumo de los cereales en años recientes, el Insitito
Internacional de Investigación de Políticas Alimentarias (IFPRI por sus siglas
en ingles) encuentra que: “mientras el cereal utilizado como comida y para
alimento de animales ha incrementado en un 4 y 7%, respectivamente, desde el
año 2000, el uso de cereales con propósitos industriales (como la producción de
biocombustibles), ha aumentado mas del 25%. Solamente tomando en cuenta a
Estados Unidos, el uso de maíz para producir etanol ha incrementado 2.5 veces
entre el año 2000 y 2006”.
Así que el incremento poblacional y del salario promedio en el Tercer Mundo
nada tiene que ver con este aumento en los precios alimenticios, sino que más
bien es producto de la obsesión de los países ricos con reducir los gases CO2
utilizando menos combustibles fósiles.
La UE ha ordenado que los biocombustibles
representen el 10% del combustible de transporte para el año 2020 y los EEUU
están buscando duplicar la producción de etanol a base de maíz para el 2008 y
quintuplicarla para el 2022. Esta situación ha producido ahora una pugna
mundial por el uso apropiado de la tierra entre los alimentos y los
biocombustibles. Occidente superó la pobreza a base del crecimiento intensivo
que generó la
Revolución Industrial, al permitir que una fuente enorme de
productos energéticos en la forma de combustibles fósiles reemplazara las
fuentes anteriores de energía basadas en la tierra—siendo ésta indudablemente
un recurso limitado. Así que habiendo aumentado las emisiones de dióxido de
carbono en el mundo durante su propia industrialización, Occidente está ahora
pidiéndole al Tercer Mundo “tiempo fuera” cuando pretende hacer lo mismo, todo
en nombre de salvar el planeta.
Mientras tanto, los habitantes en los países ricos conservan
sus carros SUV en las carreteras, y además quieren una mayor proporción de la
limitada cantidad de tierra en el planeta para producir etanol en vez de
producir comida para las masas hambrientas en el mundo.
Durante los años ochenta, un estudiante brasileño en minería
realizó un detallado estudio de costo-beneficio del programa pionero de etanol
en Brasil, y encontró que no era rentable socialmente, incluso tomando en
cuenta los altos precios del petróleo de esa época. No es de sorprender que los
intentos actuales de EEUU y la UE
por introducir el etanol como combustible de transporte requieran de inmensos
subsidios públicos. Se estima que los subsidios estadounidenses para los
biocombustibles serán de entre 42 y 55% del costo total de producir etanol.
Estos subsidios masivos son justificados con argumentos
ambientales y geopolíticos. Como la producción de etanol en sí misma requiere
de más combustibles fósiles, existe un interminable debate sobre el efecto neto
del uso de biocombustibles en las emisiones del efecto invernadero. Pero éstos
constituyen un mecanismo muy oneroso de reducir las emisiones de carbono. La Agencia Internacional
de Energía estima que costaría al menos $250 eliminar una tonelada de carbón en
la atmosfera. Más aún, si la teoría alternativa del cambio climático basada en
el sol llega a desmentir a la actual teoría del carbono, el compromiso de las
economías occidentales a estos costos desaparecerá por completo. Ciertamente,
India y China no tendrán nada que ver en este tren del etanol.
El argumento geopolítico—que dice que el etanol es necesario
para que EEUU y la UE
obtengan independencia energética regímenes políticos detestables, que son en
la actualidad los mayores oferentes de energía), también es cuestionable.
Primero, la única manera en que estos regímenes podrían afectar la seguridad
energética de Occidente es aumentando el precio del petróleo restringiendo la
oferta. Ya que el petróleo es ahora un bien globalmente comercializado como la
harina, una amenaza de Hugo Chávez de parar la oferta del petróleo venezolano a
los EEUU, no tiene sentido alguno. Así como en el caso de la harina, son los
consumidores, no los vendedores del petróleo en el NYMEX, los que determinan su
destino final. Segundo, como lo ha estimado el Departamento de Energía de EEUU,
la cantidad máxima de etanol que los EEUU podría producir para el año 2030 solo
alcanzaría para cubrir el 6% de la demanda para combustible de transportes, a
lo mucho un efecto tan solo marginal en la demanda mundial y en el precio del
petróleo. Tercero, el miedo de que el petróleo esté proveyendo dinero para los
terroristas islámicos es cuestionable. Como correctamente lo enfatizan Jerry
Taylor y Peter van Doren del Cato Institute, “El
terrorismo es una inversión de bajo costo relativo, mientras que las ganancias
por petróleo parecen innecesarias para pagar por el mismo”. Si mucho, es la mal concebida “guerra contra las drogas”, no contra el
petróleo, la que ha proveído los medios para fundar la secta Talibán y los
narcoterroristas en los Andes.
La
IFPRI
ha estimado que, ceteris paribus
(manteniendo el status quo), la expansión planificada de biocombustibles en los
países ricos va a conllevar a un largo incremento en los precios mundiales de
los granos comestibles y a un consumo decreciente de calorías en el Tercer
Mundo. África sub-Sahariana será golpeada con mayor
fuerza, con una caída pronosticada en un 8% de consumo calórico para el 2020.
Dado este asalto a los más pobres del mundo, India ha escogido el camino
correcto: primero, al reducir los aranceles a las importaciones de los granos
alimenticios y por lo tanto el precio neto para los consumidores en comida;
segundo, expandiendo el área destinada a sembrar granos modificados genéticamente,
lo cual incrementará la producción doméstica. Pero para las mentes iluminadas
de Occidente, sus acólitos académicos, y las estrellas de pop tratando de
salvar África y acabar con la pobreza, este último asalto de Occidente a los
más pobres del mundo solo puede merecer desprecio.
*Artículo cortesía de Cato Institute para
Asuntos Capitales.