Obama y McCain nos están diciendo a los estadounidenses que nuestras vidas normales no son lo suficientemente buenas, que buscar nuestra felicidad es “contentarse con uno mismo”, que construir una empresa es “seguir nuestra cultura del dinero”, que trabajar para proveer una mejor vida a nuestras familias es una “preocupación obtusa”.
Hace unas semanas Barack Obama instigó a los alumnos que estaban por graduarse de
Obama les dijo a los estudiantes que
“nuestra salvación individual depende de la salvación colectiva”. Criticó a
aquellos que quieren “tomar su diploma, salir de esta tarima e ir únicamente
detrás de una casa grande y buenos trajes y todas las otras cosas que nuestra
cultura del dinero dice que deberías comprar”.
Las personas a las que Obama está
menospreciando son aquellos que construyeron Estados Unidos—los comerciantes y
empresarios y manufactureros que nos dieron los trenes, aviones, casas,
electrodomésticos, motores a vapor, electricidad, teléfonos, computadoras y Starbucks. Lo que está ignorando aquí es el trabajo que
hacen muchos estadounidenses, el trabajo que nos da comida, ropa, un techo y cada
vez más comodidades. Es la actitud que uno esperaría de un miembro del partido
Demócrata.
O del candidato republicano de este año. John
McCain también denuncia el “contentarse con uno
mismo” e insiste que los estadounidenses sirvan “un propósito nacional que va
más allá de nuestros intereses individuales”. Durante un debate del partido
Republicano en
“Una causa más importante”, “el servicio comunitario”—para
muchos de nosotros, estas frases delicadas suenan cálidas y reconfortantes.
Pero su propósito es el de menospreciar y denigrar nuestras propias vidas, es
el de criticar nuestra propia búsqueda de la felicidad. Sus conceptos son más
apropiados para un país más colectivista que para uno que ha sido fundado sobre
una revolución liberal—una revolución que pretendía defender nuestros derechos
a “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Pareciera que a McCain le gustaría
vernos a todos enlistados en las fuerzas armadas. En un ensayo de la revista
Washington Monthly publicado en octubre del 2001, su
visión del servicio nacional sonaba militarista. Él escribió con entusiasmo
acerca de programas cuyos participantes “no sólo se ponen uniformes y trabajan
en equipos… sino que de hecho viven juntos en cuarteles que antes eran bases
militares, y son asignados proyectos de servicios lejos de la base donde
residen”, y “se reunirían para realizar ejercicios calisténicos diarios, muchas
veces en lugares públicos, por ejemplo, al frente del municipio”.
Obama no nos enviaría a las fuerzas
armadas. Él solo quiere nuestras almas. Como dijera su esposa Michelle en
Hay un tinte de hipocresía aquí. Obama,
quien ganó $4,2 millones el año pasado y vive en una casa de $1,6 millones—y
cuyos “trajes elegantes” y “corbatas impecables” lo hicieron uno de los “Hombres
Mejor Vestidos en el Mundo” según la revista Esquire—menosprecia
a los estudiantes universitarios que podrían querer “ir detrás de una casa
grande y buenos trajes”. McCain, quien con su esposa
ganó más de $6 millones el año pasado y quien tiene por lo menos siete casas,
ridiculiza Romney por haber construido empresas.
Pero la hipocresía no es el asunto más importante. Éste es
en realidad que Obama y McCain
nos están diciendo a los estadounidenses que nuestras vidas normales no son lo
suficientemente buenas, que buscar nuestra felicidad es “contentarse con uno
mismo”, que construir una empresa es “seguir nuestra cultura del dinero”, que
trabajar para proveer una mejor vida a nuestras familias es una “preocupación
obtusa”.
Ellos están equivocados. Cada vida humana cuenta. Su vida
cuenta. Usted tiene derecho a vivirla como usted así lo desee, de buscar su
propia felicidad. Usted tiene derecho a derivar satisfacción de sus logros. Y
si usted persigue al todopoderoso dólar, puede que descubra que está siendo conducido,
como por una mano invisible, a hacer cosas que mejoran la vida de otros.
*Artículo cortesía de Cato Institute para
Asuntos Capitales
EntrarDurante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.