El jefe de gobierno declaró el sábado que la ciudad está de
luto por la muerte sin sentido –atroz- de doce personas, incluidos siete
menores de edad, la tarde anterior. Se puso corbata negra. Reconoció que hubo
“errores graves” en el dichoso “operativo” (pero no dijo cuáles eran esos
errores ni quién era el responsable) y prometió que el asunto sería
esclarecido; más tarde se entrevistó con el presidente de
La rapidez de Marcelo Ebrard para
hacer un control de los posibles daños políticos y de imagen derivados de la
tragedia lo llevó a decir una barrabasada: “El más indignado de todos es el
Jefe de Gobierno” aseguró hablando de sí mismo en tercera persona. ¿Cómo sabe Ebrard que él es el más indignado por la tragedia?, ¿le
preguntó a primera hora a su espejo?: “Espejito, espejito, ¿quién es el más
indignadito?”.
En el profuso y vistoso sitio de Internet del gobierno del
Distrito Federal no apareció, ni el sábado, ni el domingo (hasta el mediodía,
al menos) la más pequeña muestra de luto o dolor. La vida siguió igual. Los
boletines de prensa del GDF el sábado presumieron que el gobierno despidió a
una delegación de clavadistas que partió hacia los
juegos olímpicos, reseñaron la entrega de un módulo de seguridad ciudadana en Coyoacán, alardearon del “prestigio” del programa de
educación a distancia, anunciaron un “rally energético” en el Centro Histórico
e invitaron a pasear en patines o en bicicleta el domingo… De la tragedia, ni
una palabra. Del dolor, ni una señal.
Típico de la mentalidad policíaca prevaleciente en México,
un “mando” policíaco criticó, en forma anónima desde
luego, el “operativo”, diciendo que “para controlar a una multitud de 500
jóvenes se habría necesitado el doble o el triple de agentes”. Claro, como eran
500 delincuentes de altísima peligrosidad, gran pericia y larga experiencia… Imbéciles.
Lágrimas de cocodrilo, dice el diccionario, son aquellas que
alguien vierte aparentando un dolor que no siente.