Hasta hace algunos años la doctrina del Partido
Acción Nacional ubicaba al municipio como la escuela y el sostén de la
democracia. Si entendí bien lo que entonces decían los panistas
ilustres, citando con frecuencia a Manuel Gómez Morín,
se trataba de ejercitar, aprender y difundir las virtudes cívicas que dan
sustento a la democracia desde el municipio y en el municipio.
El razonamiento es que difícilmente el país consolidaría su democracia si no
había democracia en el municipio. El municipio es el ámbito más cercano a nuestro vida cotidiana, donde se toman decisiones cruciales
para el bienestar o el malestar de las personas, que tienen que ver con la
policía preventiva, con la recolección de basura, con el uso del agua, con el
drenaje, con los parques y lugares comunes, con la funcionalidad de calles y
avenidas.
También algunos ideólogos del PRI han cantado, a lo largo de la historia, las
virtudes del municipio. Recuerdo que Miguel de
Esa es la teoría, desde luego. En esa teoría, las dos principales virtudes
cívicas de las que el municipio debería ser escuela son la libertad y la
responsabilidad. Y esto vale para gobernantes y para gobernados, para
mandatarios (los que hacen los mandados, como dice con graciosa ironía Gabriel Zaid, pero también con filosa exactitud en relación a la
teoría democrática) y para quienes mandamos (se supone) a estos mandaderos.
Para que el municipio sea de veras libre, y todo eso que dice la teoría,
necesita contar con recursos propios y necesita responsabilizarse de su
mantenimiento con el cobro de los impuestos y de los servicios locales que
previene
El problema NO es que nuestras leyes no le den atribuciones fiscales a los
municipios, aunque podría revisarse -¡otra vez!- el asunto, sino que los
presidentes municipales y quienes conforman el ayuntamiento con frecuencia no quieren
pagar los altos costos políticos que supone el cobro de impuestos y, también
con mucha frecuencia, los gobernadores no quieren ayuntamientos con finanzas
más o menos fuertes o "ricos" que puedan opacar su poder o, dicho
coloquialmente, ponérseles al brinco.
En buena medida algunos municipios son pobres por elección, por vocación y
hasta por comodidad. Es más fácil rogarle al señor gobernador, que a su vez irá
a tocar puertas a
El mejor ejemplo de esta indolencia fiscal municipal es el cobro del impuesto
predial. Un gravamen netamente municipal que en México arroja en promedio una
recaudación risible. Hoy trata el asunto Diego Petersen en "Milenio" y las cifras
comparativas que ofrece entre lo que se recauda en México de predial y lo que
se recauda en el Reino Unido o en Canadá son para irse de espaldas.
Pero no, el cuento del municipio pobre es muy rentable. Y eso que mejor dejamos
para otro día hablar de cuántas camionetas Suburban,
Lobo, Explorer y similares han pagado las participaciones federales que llegan
a los municipios. Incluso a los más pobres... Algún presidente municipal de uno
de los municipios más pobres del estado de Veracruz le decía, sin rubor, hace
unos años al reportero de televisión Samuel Prieto que lo de las camionetotas
era de rigor, porque "ni modo que lleguemos a las reuniones con el
Gobernador en un pinchurriento carrito, ¡como te ven,
te tratan!".
El municipio, escuela de democracia. ¡Oh, sí!