Cuando hasta
los personajes políticos que uno hubiese pensado que han llegado a ser
“desvergonzados irredentos” empiezan a tomarse la molestia de pedir o exigir espacios
en los medios de comunicación para adecentar una “reputación pública”, la de
ellos por supuesto, que parecía inexistente, hay que tomar nota.
Ahí, me
parece, hay una veta que, si se usa con inteligencia, podría servir (servirnos)
a los ciudadanos para influir sobre los políticos y específicamente sobre los
políticos que más nos pueden fastidiar la vida, que son los legisladores. (El
otro gran grupo que nos puede fastidiar la vida, y que con frecuencia lo hace,
son los burócratas de ventanilla; la mayoría no son políticos, y muchos ni
siquiera trabajan en los gobiernos, pero saben, con una sabiduría ancestral y
perversa, que tienen su pequeña parcela de poder y la ejercen con un placer
sádico: “falta el original de su acta de defunción, vuelva cuando la tenga con
tres copias certificadas por un notario” o “fíjese que sólo acepto efectivo, y
con el importe exacto, porque esta es una tienda del ISSSTE y
En días
recientes dos acontecimientos -
registrados en sendos periódicos nacionales – me dejaron estupefacto: 1.
Nada menos que el señor Gerardo Fernández Noroña parece haber movido los
cielos, los mares y las tierras, hasta obtener un espacio en el periódico
“Milenio” para defender su “buen nombre” (¡en serio!) frente a las críticas
desaprensivas y las mofas de que, escribió, lo hizo objeto Ciro Gómez Leyva.
2. El señor
Porfirio Muñoz Ledo – que cuando yo era un crío él ya era una “joven promesa”
de la política mexicana dominada por el PRI y que hoy, cuando ya soy un
cincuentón, sigue siendo una “vieja promesa” (incumplida, claro) que encontró
acomodo en el Partido de Trabajo y en
Ante ambos
sucesos pensé: ¿Cómo es posible?, ¿así que los presuntos sin-vergüenza
experimentan un poquito de vergüenza cuando se ven exhibidos públicamente?,
¡qué interesante! Si hasta ejemplares de esta naturaleza resienten las críticas
públicas y más o menos fundadas, y reaccionan como pudibundas solteronas ante
el requiebro picaresco de un albañil, podríamos haber encontrado el talón de
Aquiles de la clase política.
Y eso, por
no hablar de la avidez y el morbo con los que algunos políticos y funcionarios
públicos devoran cada mañana, a primera hora, las dichosas “síntesis de prensa”
buscando cualquier mención desfavorable con la que algún desaprensivo haya
podido empañar el esplendor de su fama pública.
¿Será que en
eso de conservar la reputación más o menos impoluta hasta los políticos que uno
hubiese pensado mas desvergonzados se comportan más quisquillosos que las
mujeres de mala fama pública? Creo que fue George Bernard Shaw quien relató en su
época la anécdota de aquella ingeniosa mujer a la que solicitaron que abandonara
una respetable pero rumbosa celebración diciéndole, con toda propiedad, que la
imperiosa invitación a que se separase del festejo obedecía a su “dudosa
reputación”, a lo cual la mujer respondió con impecable lógica: “Disculpe,
señor, pero de reputación dudosa son todas las señoras que aquí veo, mi
reputación, en cambio, es tan notoria que no admite la menor duda”.
¿Será que
esos dos personajes que hoy engalanan la flamante Cámara de Diputados creen,
candorosamente, que aún hay dudas acerca de su reputación?
En todo
caso, estamos ante un flanco débil de los políticos. Podría aprovecharse.
¿Alguna propuesta práctica y viable para hacerlo?