Dile a la gente durante casi dos años que el gobierno es omnipotente y puede “congelar” el precio de un bien cada vez más escaso en México y que en el resto del mundo está sujeto a vaivenes de oferta y demanda y después sal con la sorpresa navideña de que siempre no... Pues sí, la gente se enoja. Porque la gente se tragó enterito el anzuelo...
Una
legisladora del PRI, Marcela Guerra, ya anunció que promoverá una iniciativa de
ley para quitarle al Presidente de
Eso sí
que sería dejar de hacer mal las cosas, para comenzar a hacerlas peor. De
Guate-mala a Guate-peor. Del error al desastre. Dios nos ampare.
Miren,
queridos lectores: Hace algunos años, por ejemplo en el sexenio de Vicente Fox,
dichos precios los fijaban los técnicos de Hacienda basándose, sobre todo, en
las necesidades de las finanzas públicas. Era un mal arreglo, desaconsejable,
pero que al menos tenía la ventaja de que los dichosos precios “administrados”
estaban en manos de gente que más o menos sabía del asunto, más o menos
competente, más o menos responsable. Después llegó el Presidente Felipe
Calderón quien, vayan ustedes a saber porqué, cree que sabe mejor que los
técnicos de Hacienda cuáles deben ser los precios y, entonces, son esos mismos
técnicos los que ahora tienen que ir a Los Pinos para que el mero mero Presidente les dé instrucciones respecto qué hacer con
dichos precios; las instrucciones, obviamente, van de acuerdo con los vientos
políticos del momento. Así, si hay elecciones en puerta, como sucedió hace un
año a principios de 2009, se anuncia con bombo y platillo que los precios de
gasolina y diesel quedarán “congelados”… y se omite anunciar que esa ocurrencia
demagógica nos costará a los contribuyentes –como en realidad nos costó-
alrededor de 200 mil millones de pesos. Luego, como sucedió a fines de 2009,
nos empieza a llegar el agua a los aparejos y hay que ajustar al alza los
precios, para empezar tímida y erráticamente a alinearlos con los precios
internacionales. Esto es: Para dejar de pagar un inmenso costo de oportunidad
implícito en el subsidio. Entonces, cuando el patrón de Los Pinos ya dio
permiso de volver al realismo económico, se desempolvan impecables argumentos
económicos y el nuevo Secretario de Hacienda esgrime razones para el aumento de
precios que tienen toda la lógica del mundo.
Lo malo
es que a él y al Presidente se los comen vivos por empezar a hacer las cosas
bien. ¡Es que ya nos había gustado vivir del cuento!
Aquí
todo mundo, o casi, tiene la culpa. El Presidente, por ejemplo, se queja de que
la reforma energética se quedó corta (los sarcásticos preguntan: ¿acaso hubo
alguna reforma?) pero su política de precios administrados (“congelados” por
cortesía del primer mandatario) era el mejor argumento en contra de una
verdadera reforma a Pemex: La gente no puede imaginar
que a México se le está acabando el petróleo –como efectivamente está
sucediendo- si ve que le están reglando un subsidio de tres o cuatro pesos por
cada litro de gasolina. Claro, dile a la gente durante casi dos años que el
gobierno es omnipotente y puede “congelar” el precio de un bien cada vez más
escaso en México y que en el resto del mundo está sujeto a vaivenes de oferta y
demanda (frecuentemente especulativa) y después sal con la sorpresa navideña de
que siempre no… Pues sí, la gente se enoja. Porque la gente se tragó enterito
el anzuelo del subsidio gratuito (no hay tal cosa, ni lonches, ni subsidios
gratis) y el cuento de que el Presidente es poco menos que Dios Padre
Todopoderoso y puede decretar qué precios suben y qué precios bajan, a despecho
del mercado.
Por
supuesto, para diciembre las finanzas públicas ya no aguantaban y empezaron las
rectificaciones sigilosas, como con ganas de que nadie se diera cuenta de que
aquí alguien –por soberbia- metió la pata… y que ese alguien fue el Presidente.
La rectificación debería ser bienvenida, todo error rectificado es un acierto,
pero al Presidente no se le ocurrió que el ajuste debería venir acompañado con
el reconocimiento de la culpa. Claro, si el Presidente no hace la menor
autocrítica, mucho menos se atreverá su flamante Secretario de Hacienda a
realizarla: ¡Lo corren! El escenario, entonces, quedó que ni mandado a hacer
para la demagogia de los priístas y perredistas.
Tuvimos a Manlio Fabio levantando la ceja amenazante
y regañando a Calderón por hacerlo bien (esta vez), por rectificar. Tuvimos al
muñeco de ventrílocuo del propio Beltrones, ese pobre
senador Carlos Navarrete, del PRD, diciendo sandeces. Y tenemos a la diputada
Marcela Guerra, priísta, haciendo
alharaca de que va a proponer una reforma para que ahora el papel de Dios
Todopoderoso dispensador de subsidios y engaños les toque a los legisladores.
Claro, si ese disparate prospera tendremos una nefasta imitación de dios con
628 cabezas enfebrecidas y poco iluminadas (628 es la suma de diputados y
senadores) moviendo los precios o congelándolos y vendiendo sus favores al
mejor postor: ¿Quién da más por congelar los precios de la gasolina?, ¿los
transportistas, los dueños de las líneas aéreas, los sindicatos? Un desastre.
¿Cuál es
la solución? Dejar funcionar al mercado y a la oferta y la demanda. Claro,
pagaremos más por la gasolina, nos costará lo que vale, aprenderemos a
apreciarla y a no malgastarla.
Y eso,
dejar de vivir del cuento, es lo que nos convendría a todos, excepto a los
políticos a quienes les gusta no sólo el cuento, sino la blasfema fantasía de
que son dioses todopoderosos. Pobrecitos: Se creen omnipotentes y no pueden
siquiera articular un argumento convincente.
EntrarLa gente subestima la facilidad con la que los gobiernos pueden destruir una economía y lo difícil que es reiniciar esas economías.