Tiene sus ventajas que el Secretario de Gobernación no milite en ningún partido político. Teóricamente esa abstinencia debe ayudar a su imparcialidad al tratar con los políticos de uno y otro lado.

Esa es la teoría o la charla de café, pero ¿cómo olvidar que el primer Secretario de Gobernación en México que presumió de su no-militancia partidista, el doctor Jorge Carpizo, resultó un funcionario voluble, al borde del ataque de nervios y del arrebato emocional? A Carpizo se le contabilizaron en ese año aciago para México, 1994, varias caídas notables en las, en ese entonces, menguantes reservas de divisas del país. Los analistas financieros, a toro pasado, cuando se conoció la escalofriante carrera que la economía mexicana –contagiada de turbulencias políticas dramáticas- siguió a lo largo de 1994 hacia el abismo del “error de diciembre” atribuyeron, no sin razón, a los berrinches del personaje algunos de los grandes tropiezos de “confianza” que, a los ojos de los mercados, sufrió la economía mexicana.

A pesar de todo, Carpizo hizo un trabajo decoroso en la tesitura de las elecciones federales de ese trágico año y hoy se le da tratamiento de oráculo sagrado en el “mainstream” de los medios de comunicación, cada vez que el señor pontifica sobre cualquier materia; lo cual, dicho sea de paso, no significa mayor cosa tratándose de este país.

Volvamos pues a la teoría: Está bien que el Secretario de Gobernación no sea militante partidista. Pero, ¿acaso fue por eso por lo que Fernando Gómez Mont renunció súbitamente al PAN? No lo parece. Eso supondría que de repente cayó en la cuenta de que su militancia panista de abolengo le obstaculizaba cumplir con su papel de interlocutor confiable para políticos de todos los colores y sabores. Así, ¿de un día para otro se percató de ello?, ¿no lo había considerado antes?, ¿no había sopesado el asunto de su militancia partidista su actual jefe, el Presidente Felipe Calderón, cuando lo designó sorpresivamente poco después de la trágica muerte del anterior Secretario de Gobernación, igualmente militante azul y hasta visible precandidato, “in pectore”, a la Presidencia?

¿Se fue del PAN Gómez Mont porque la dirigencia de ese partido desoyó sus llamados insistentes a rechazar las alianzas electorales con el PRD y otros partidos impresentables, con tal de arrebatarle a los del PRI, suponen, algunas gubernaturas?, ¿decidió renunciar para recobrar la credibilidad, poca o mucha, que habría perdido porque presuntamente el gobierno de Calderón incumplió una promesa hecha al PRI de que el PAN no haría alianzas electorales con el único objeto de ir en su contra?, ¿César Nava y los demás panistas acelerados dejaron a Gómez Mont en una situación falsa ante sus interlocutores políticos?

De ser así, estamos ante un problema muy serio. Porque Gómez Mont no se manda solo y si hizo tales acuerdos –que se hacen en todos lados entre los políticos, nadie se escandalice- con los priístas, los habrá hecho con la venia de su jefe, que se llama Felipe Calderón. Y tampoco es creíble (¿o sí?) que Nava se mande solo en el PAN y que haya fraguado las alianzas tan discutidas sin haber consultado antes con el mismo Calderón. Menudo enredo. Típico de la política mexicana y, ¡ay!, cada vez más típico en el gobierno del señor Calderón que ha poblado la administración pública federal (los puestos más altos, se entiende) no de los más capaces, sino de los más “azules” que, según se ve, distan en algunos casos de ser siquiera competentes.

¿Nadie en Los Pinos ha calculado lo que le cuestan al país, en oportunidades de desarrollo perdidas, estas veleidades partidistas alentadas, al parecer, desde la misma Presidencia de la República? Por supuesto, los políticos del otro lado –fundamentalmente los del PRI, que tampoco cantan mal las rancheras en eso de la incongruencia y de la frivolidad partisana- ya no le compran a Calderón ni la más impecable de las reformas. ¿Y el país? Que siga en el hoyo de la mediocridad.

Tan obcecados están en Los Pinos con la política partidista que ya ni cuenta se dan de que México tiene una espléndida base macroeconómica –política fiscal responsable y política monetaria sensata- para subirse en serio a la ola de la recuperación de la economía global. Ni modo, se nos va ir otro tren. La “grilla” a todo lo que da. Que los técnicos en Hacienda y en el banco central o en la Comisión de Competencia, hagan lo que mejor puedan para evitar que los políticos de uno y otro lado le acaben de dar en la torre al país.

¿Y luego se preguntan por qué la mayoría de los mexicanos más o menos decentes detestamos a los políticos y a la política?