Cancubazuela.- Las cosas hay que tomarlas como son.
Independientemente de cuánto haya costado a los contribuyentes de la región la fiestecita de palabrería hueca que se celebró en Cancún
dizque para crear una nueva “alianza de los países latinoamericanos y
caribeños”, el numerito fue una muestra
clara para los mexicanos de algunas de las más lastimosas carencias de nuestra
clase política empezando por las carencias del señor Presidente de
Tal vez
recordando el añoso y amarillento –por bilioso- odio a los yanquis que
caracterizó a los conservadores mexicanos del siglo XIX y a los católicos
belicosos y fervientes del sinarquismo en el Bajío y en el centro del país, el
michoacano Felipe Calderón ha de haber experimentado una profunda emoción al
estrechar la mano de Raúl Castro, cabeza visible por ahora de la atroz
dictadura cubana que durante más de 50 años ha perseguido, encarcelado,
oprimido y asesinado a miles de cubanos. Ha de haberse sentido como católico de
vanguardia, progresista y políticamente correcto, cuando se desvivió por
hacerle el caldo gordo a las agendas sectarias y retrógradas de Hugo Chávez, de
Evo Morales, de Cristina Kirchner… Debe haber pensado que su discurso,
advirtiendo que nadie debería sentirse agraviado por la unión de los
latinoamericanos (en burda y candorosa alusión a los Estados Unidos), fue una
muestra de fina diplomacia, de elocuencia y hasta de ironía. Pero no. Fue una
piececita de retórica mediocre, que debe haber causado risa entre las personas
inteligentes: ¡Como si al gobierno de Estados Unidos le preocupase mayor cosa
que “esos latinos incorregibles” hagan su “spring break” adelantado en Cancún y se embriaguen un poquito con
retórica vacía y con reediciones inopinadas de los disparates tercermundistas
de los años 60! ¿Qué fue aquello de Cancún?, ¿algo así como “Menudo, el
reencuentro 40 años después”?
Estos
amores repentinos que les entran a los mochos de nuestra derecha por el
socialismo y el rollito anti-imperialista del siglo
pasado sólo son amores ridículos, como los de esos viejitos que de pronto se
imaginan adolescentes y le mascullan piropos de mal gusto a las colegialas.
Huelga decirlo: A las niñas importunadas esos patéticos requiebros ya ni
lástima les producen, les dan asco y punto.
En
México a partir del tercer año de gobierno, los Presidentes tienden a entrar no
sólo en su fase declinante, sino delirante. Les brotan, sin tapujos, sus peores
inclinaciones y sus vicios inconfesables. Hoy, en México, lo estamos viendo. Un
vicio secreto de algunos derechosos persignados y
antiliberales es el sueño de ser invitados algún día a las fiestas de los izquierdosos. Agobiados de culpas, reales o imaginarias,
por haber hecho negocios con los ricachones del barrio, estos buenos muchachos
tránsfugas de
Amores ridículos.