Todo parece indicar que para los artífices de esta expropiación, de lo
que se trata es de disolver la propiedad privada a la que conciben – fieles a
la letra y al espíritu de Marx, aún hoy- como fuente
de alienación y explotación; y esto se aplica incluso a la propiedad de los
mismos trabajadores, mediante sus fondos de pensiones.
Aunque la medida expropiatoria del primero de mayo tuvo el efecto táctico de
darle “aire” al gobierno de Evo Morales – enfrentado a distintos brotes de
insatisfacción y de severa oposición regional-, sólo se entiende a plenitud
dentro de un dogmático esquema ideológico: Se trata de terminar con todo
vestigio de derechos de propiedad, porque la propiedad privada (Marx dixit)
es la fuente y raíz de todas las alienaciones.
Esta es la tercera
vez en la historia de Bolivia que un gobierno expropia para sí (usando
tramposamente como pretexto el concepto de Nación, esto es: “
Por eso, es
perfectamente lógico (una vez que se acepta el dogma marxista) que también el
patrimonio de los trabajadores, a través de las acciones de las empresas hoy
expropiadas que adquirieron mediante sus fondos de pensiones, también sea
objeto del despojo: No se puede permitir ningún tipo de apropiación individual,
ni siquiera la de los fondos de pensiones, y toda relación del hombre con el
fruto de su trabajo debe ser “salvada” de la enajenación mediante la
organización social del trabajo efectuada por el Estado, que aquí – como en
muchos otros países subdesarrollados- se confunde con el gobierno específico.
Desde el punto de
vista práctico, sin embargo, esto será un desastre económico, especialmente
para los bolivianos. La fuga hacia delante sólo garantiza un pésimo manejo de
esos recursos naturales. Y es que aquí opera otro mito favorito de los nuevos
populismos: “Los recursos del subsuelo ya son en sí mismos una gran riqueza, a
despecho de que permanezcan sin explotar o de que sean mal administrados o
derrochados”. Así, se ha difundido popularmente la imagen de que el pobre pueblo
bolivano está sentado, muriéndose de hambre, sobre un
tesoro inmenso (antes fueron la plata y el estaño; hoy es el gas natural), sin
darse cuenta de que lo que impide el aprovechamiento inteligente de esos
recursos en beneficio del mismo pueblo NO es la participación de tal o cual
empresa privada (nacional o extranjera) con derechos de propiedad, sino
precisamente la atávica falta de derechos de propiedad individual de tales
recursos. Sin derechos de propiedad no hay posibilidad de aprovechar inteligentemente
esa riqueza potencial.
Esta, en el fondo,
es una reedición lamentable de la gran tragedia de muchos países
latinoamericanos, rehenes de dogmatismos ideológicos trasnochados.