La principal tarea internacional para las autoridades exige abandonar el tradicional monopolio de las relaciones internacionales y facilitar el espacio para la interacción directa entre habitantes de distintos países.
Santiago de Chile (AIPE)- Son las personas y no
los gobiernos los mejores agentes de integración internacional.
La opinión pública continental sigue con
atención las elecciones que se llevan a cabo en los países de la región.
Quiénes resulten elegidos será fundamental para las
relaciones internacionales. Chávez amenaza con retirarse del Pacto Andino y
genera preocupación. Los líderes del Mercosur discuten
un posible anillo energético y la opinión pública debate sobre la propuesta.
En otras palabras, son los presidentes quienes
deciden el qué y cómo de las relaciones internacionales. Poco se habla, en
cambio, del rol de los propios ciudadanos en materia de integración. A tal
punto tenemos asumida dicha realidad, que hasta suponemos que el gobierno
siempre decidirá “lo correcto” a la hora de relacionarnos con otros países y
que nuestros intereses personales están siempre bien protegidos al alero del presidente
de turno.
Sin embargo, la historia ha mostrado que son las
personas y no los gobiernos los mejores agentes de integración internacional.
Las oleadas de inmigración libre durante el siglo XIX son el mejor ejemplo de
ello. Millones de personas eligieron dónde vivir y trabajar, asumieron la
cultura a la que ingresaban y aportaron sus propias capacidades, sin mediar
tratados ni protocolos entre Estados.
La pregunta entonces es ¿por qué hoy damos por
sentado que la mejor forma de relacionarnos con nuestros vecinos es a través
del Estado? La verdadera integración es aquella en que los propios ciudadanos
de distintos países interactúan directamente unos con otros, intercambiando
conocimientos, comerciando, desarrollando proyectos conjuntos, etc. Entonces
hay verdaderas relaciones internacionales.
¿Cuál es camino? Avanzar hacia una mayor
libertad de fronteras. Mucho se habla del libre comercio y de las facilidades
para la inversión extranjera (fundamentales, por cierto), pero poco se discute
de una libertad mucho más esencial: el derecho a elegir dónde vivir o trabajar.
Los beneficios de un sistema de fronteras más
libre son muchos: mejora la distribución del capital humano, favoreciendo la
eficiencia; se facilita la “exportación” de experiencias que requieren activa
participación de personas; se abren oportunidades para un mayor intercambio
cultural y académico; se moderan los nacionalismos; se multiplican las
oportunidades para el emprendimiento internacional de las PYMES; se moderan las
políticas al interior de cada país (los ciudadanos ya no están “cautivos” de
sus gobiernos), etc.
Algunos temen que esto pudiera significar una
“invasión” de inmigrantes a determinados países. Es difícil que ello ocurra
(las restricciones para migrar son muchas, especialmente familiares y
culturales), pero bien puede resguardarse dicha posibilidad mediante una
apertura gradual y multilateral de fronteras (tal como se hizo en Europa), que
contribuya a balancear las migraciones entre los países.
En todo caso, la libertad de fronteras no debe
asimilarse exclusivamente a inmigración. Una de las principales ventajas de
fronteras más abiertas es la gran movilidad que se logra y que permite a las
personas trasladarse temporalmente a otro país para desarrollar alguna incitativa
específica, sin limitaciones especiales. Así por ejemplo, se facilitan las
prácticas laborales, el intercambio de estudiantes, proyectos profesionales
temporales, etc. Es decir, una auténtica integración, con ciudadanos que van y
vienen. Tal como ocurre en Europa, donde un español puede estudiar en
Inglaterra, hacer práctica en Alemania y luego trabajar en Italia.
Habrá quienes señalen que en Sudamérica no es
posible una política de este tipo, por las marcadas diferencias de ingreso
entre los países. Algo parecido se decía en los años 60 para proteger la
industria nacional frente a la competencia extranjera; sin embargo la historia
nos mostró que bajar los aranceles y abrir el comercio a todo el mundo era
beneficioso. Con las personas no es diferente.
En síntesis, la principal tarea internacional
para las autoridades de la región exige abandonar el tradicional monopolio de
las relaciones internacionales y facilitar el espacio para la interacción
directa entre habitantes de distintos países. Eso incluye no sólo el comercio y
las inversiones, sino especialmente una mayor libertad de fronteras para las
personas.
___* Director, Programa Sociedad y Política del
Instituto Libertad y Desarrollo, Chile.
EntrarDurante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.