Tengo para mí que Gabriel Zaid revolucionó el género del ensayo en México y no
cambiaría un solo ejemplar de “Cómo leer en bicicleta” o “Para leer poesía” de Zaid por una docena de libros de, digamos, Carlos Monsiváis. En ese sentido, Zaid
tiene toda la razón del mundo al decir que el autor o sus herederos o, más
generalmente, el editor, tienen el monopolio de la obra en determinado mercado
y que cada libro – propuesta cifrada que se ofrece para ser descifrada- es un
monopolio.
Pero, aceptada esta peculiar
definición de monopolio, aceptemos también que cada chile en nogada es un
monopolio, que los cigarros marca “Camel” son un
monopolio y que los autos Toyota modelo Yaris son un monopolio. Por supuesto, el dueño del producto
– quien cocinó el chile en nogada, el minorista que compró los cigarros, la
planta que fabrica los automóviles y el editor que deja a consigna el libro en
las librerías- está en todo su derecho de fijar un precio único para su
producto o de hacer los descuentos o cargos que les plazca.
Básicamente, existen dos sistemas
para establecer los precios de los libros: El de precio único y el de precio
recomendado. En el primero, el distribuidor está obligado a vender siempre al
precio establecido por el editor (quien, mientras el libro no se vende, sigue
siendo el propietario de ese objeto físico llamado libro) y eventualmente podrá
hacer algún descuento, pero sólo el permitido y pactado de antemano por el
editor. En el segundo sistema, precio recomendado, el editor (y con él, el
autor) se aseguran un ingreso mínimo por libro vendido, pero dejan en libertad
al distribuidor de hacer los descuentos – o los cargos adicionales- que le
plazcan.
La propuesta del precio único en los
libros – la prohibición ¡por ley! de hacer descuentos- castiga a los
distribuidores más eficientes que podrían hacer mayores descuentos y
promociones (por mayor capacidad financiera, por economías de escala o porque
ésa es su estrategia) buscando evitar que esa eficiencia (compárese la
logística de Wal Mart con
la de la librería Alfonso Reyes del Fondo de Cultura Económica) “abarate” el
mercado…Al castigar al distribuidor eficiente la propuesta condena a los
consumidores a precios más altos y a una oferta más escasa.
Por otro lado, la falacia del
“monopolio” salta a la vista: Zaid y sus editores
tienen el monopolio de los ensayos de Zaid, pero no
tienen el monopolio de los ensayos en español, ni en el mercado mexicano, ni
mucho menos el monopolio de los libros en el mundo. Zaid
compite con Monsiváis pero también, ¡ay!, con el
detestable “libro vaquero”.