Ayer inició su tercer mandato Hugo Chávez proclamando el
carácter redentor del socialismo. “Nada ni nadie –advirtió- nos hará detener el
carro de la revolución socialista en Venezuela, cueste lo que cueste”. Este
tipo de arengas suelen ser, entre otras cosas, el pistoletazo de salida para
que las más variadas jaurías de carroñeros morales inicien su carrera.
Además del desastre económico, los redentores populistas de
la calaña de Chávez generan una profunda descomposición moral en la sociedad.
La perversión es tanto mayor cuanto que estos predicadores se disfrazan de
jueces morales absolutos, implacables, purificadores; no se les cae de la boca
la condena moral a toda disidencia y a los “enemigos de la revolución”. A su
imagen y semejanza proliferan tribunales “morales” en los medios de
comunicación, en los corrillos políticos, en los barrios, en las empresas, en
las familias… En nombre de la revolución –o de alguna patraña semejante- se
levanta la “odiosa” veda contra los linchamientos que la “democracia burguesa”
había erigido, con sus normas igualmente “odiosas”: que debemos regirnos por
las leyes escritas, que toda persona tiene derecho a ser juzgada imparcialmente
en base a hechos comprobados, no a supuestos ni a murmuraciones calumniosas, que
a nadie le es lícito condenar a otro a partir de fantasiosos juicios sobre las
intenciones ajenas…
En el infierno que construyó Stalin
era normal condenar a los campos de trabajos forzados (al “Gulag”)
a un científico que osase compartir sus hallazgos intelectuales con sus colegas
extranjeros. No hemos avanzado mucho cuando se ve “normal” emitir sentenciosas condenas
“morales” contra quien pudiera -¡horror!- aportar talento, buen juicio y
conocimientos a odiosas corporaciones extranjeras (el colmo: ¡y de la pérfida
Albión!).
El diablo en el púlpito y con la toga de juez. “Construir la
vía venezolana al socialismo es el único camino a la redención” aleccionó ayer
Chávez. Ya veremos proliferar –como tercera etapa de esta infernal “marcha
hacia delante” del presunto socialismo venezolano- todo género de tribunales
“populares” en los que hambrientas jaurías condenarán a quien no se someta a la
dictadura de los incompetentes.
La envidia –el pesar por el bien ajeno, el odio al mejor- es
la primera norma en el tribunal de los chacales, que algunos llaman con
increíble desfachatez “opinión pública”.
Friederich Hayek
lamentaba en “Camino de Servidumbre” que en el socialismo real invariablemente
son los peores quienes se ponen a la cabeza y explicaba el fenómeno como parte
de la estandarización obligada en lo más bajo. La otra cara de esa moneda es
que, invariablemente también, el tribunal de los chacales se ceba en contra de los
mejores.