Liviu Librescu no necesitó un arma para hacer lo que tenía que hacer: enfrentarse a la irracionalidad criminal, defender la vida de los demás y reconciliarnos con lo mejor del ser humano.
Para algunos, el derecho a portar armas es una muestra del
respeto a las libertades individuales frente a Estados autoritarios y
controladores.
Sin embargo, bien vistas las cosas, ese presunto derecho
vulnera la capacidad del propio Estado para cumplir la primera y fundamental
obligación que tiene ante los ciudadanos: Preservar la integridad física de
cada una de las personas en su territorio.
Ningún gobierno puede ejercer con mínima eficacia la tarea
de defender la vida y la libertad de cada individuo si cualquiera – a condición
de que no tenga antecedentes criminales manifiestos – puede adquirir un arma y
usarla cuando considere, subjetivamente, que está justificado hacerlo.
Ninguna autoridad sobre la faz de la tierra tiene la
capacidad para distinguir de una vez y para siempre entre aquellos que tendrán
y eventualmente usarán un arma responsablemente – menuda definición, por
cierto- y aquellos que usarán un arma en contra de la vida y de la libertad de
los demás.
Dadas esas premisas, la restricción a la posesión y al uso
de armas de fuego debería ser universal – para todos los ciudadanos- justamente
para evitar que cualquier gobierno se adjudique a sí mismo la exorbitante
facultad de discriminar – cual si fuese dios omnisciente- entre ciudadanos
dignos de confianza y ciudadanos bajo sospecha.
Dicho esto, vale la pena considerar el ejemplo de Liviu Librescu, profesor del
Tecnológico de Virginia, quien dio su propia vida para salvar la vida de muchos
de sus alumnos amenazados por el desquiciado tirador de sólo 23 años de edad.
Librescu sobrevivió a los campos de
concentración nazis, sobrevivió a la dictadura de Ceacescu
en Rumania, pero no sobrevivió al ataque de un loco solitario. A sus 76 años
interpuso su cuerpo, a la entrada del aula 204 donde dictaba su cátedra de
matemáticas, y así permitió que decenas de estudiantes pudiesen saltar por las
ventanas y ponerse a salvo.
En inglés se suele decir que tal o cual persona “make the difference”. Librescu lo hizo superlativamente. No necesitó un arma para
defender la vida frente a la locura criminal. Necesitó una gran valentía que
sólo puede provenir de un gran amor a sus semejantes. Gracias.
EntrarDurante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.