Algún estudioso de la ciencia política, de la economía o de las matemáticas debería diagramar, conforme a la teoría de juegos, el síndrome automovilístico, típico de la ciudad de México, que consiste en evitar a toda costa que el conductor que indica su deseo de cambiar de carril –mediante las luces direccionales de su auto- pueda lograrlo.
Miles de conductores de vehículos en la
ciudad de México parecen adiestrados con disciplina castrense en el arte de
oponer férrea resistencia a los deseos previa y civilizadamente anunciados por
otros conductores. Basta con que “A” manifieste, mediante las luces
direccionales, su pretensión de cambiar de carril para que el conductor de junto,
“B”, –advertido de la intención de “A”- se lo impida acelerando o frenando.
Esta conducta revela que para el conductor
medio en la ciudad de México estar al mando de un automóvil es lo contrario de
un juego cooperativo “ganar-ganar” y es lo más parecido a una guerra sin
cuartel que suele terminar en “todos pierden”.
Tal parece que el conductor “B” abriga un
profundo desprecio por alguien que como “A” avisa con anticipación sus
intenciones. En su deteriorado cerebro “B” cavila: “Sólo un pelmazo revela en
la jungla de asfalto sus intenciones a sus adversarios; este pelmazo –es decir
“A”- merece ser castigado por despreciar la primer regla de esta guerra de
guerrillas: sorprender y abusar”. Salvo casos excepcionales y patológicos, los
conductores que como “A” reciben esa primera lección de cómo funcionan las
cosas en la lucha diaria por los centímetros de asfalto, la asimilan, la
aprenden y actúan en consecuencia: 1. Omitirán en el futuro el uso de las luces
direccionales y 2. Impedirán a toda costa el paso a eventuales pelmazos que
manifiesten su deseo de cambiar de carril: “¡Si lo quieres arrebátalo, jamás lo
pidas!”.
Lo bonito de esta conducta típica es que
reproduce fielmente la estrategia de algunos políticos para quienes toda
cooperación es sinónimo de cobardía, afeminamiento y claudicación. Y ahí los
tiene usted sentando cátedra, con el ejemplo, para beneficio de todos los
guerrilleros motorizados: Marcelo advierte con vehemencia: “Aunque me inviten,
jamás iré”. Andrés, el sumo pontífice, amenaza con el dedo flamígero: “Al
infierno de los tibios deberán ir aquellos que negocien una reforma fiscal;
estoy a punto de vomitarlos de mi boca”.
EntrarLa gente subestima la facilidad con la que los gobiernos pueden destruir una economía y lo difícil que es reiniciar esas economías.