Para un gobierno que presume privilegiar lo posible sobre lo deseable, la ruta tomada hasta ahora en bienes básicos como la gasolina, el gas natural o los alimentos básicos, es incongruente con la realidad económica que vivimos.
Hay una gran diferencia
entre la creación de riqueza y la transferencia de riqueza. El primer escenario implica aumentar el tamaño
del ingreso disponible, es decir, del pastel económico que se divide la
sociedad en sus intercambios cotidianos. El segundo escenario implica tomar
recursos de alguna parte de la economía y, por medio de diversos procesos,
redistribuir esos recursos a otra parte de la economía. No genera crecimiento,
sino solo un reajuste del pastel.
Para que una sociedad
pase del status de un mero pastelito a un crecimiento digno del bienestar que
busca la política económica como objetivo principal, es necesario hacer valer
ciertas condiciones, entre ellas, la estabilidad de precios, la fácil entrada y
salida de los actores a los diferentes sectores de negocios, una estructura
impositiva sencilla, que no lesione los incentivos, y otros más. Una de estas
condiciones es que los precios puedan ser determinados libremente, por
oferentes y por demandantes, para que así se pueda cumplir el papel mismo de
los precios de transmitir información sobre los deseos y las necesidades de la
población.
Si se interfiere
voluntariosamente o por razones políticas con este proceso, los resultados, a la poste, siempre tienden a ser negativos—en el maíz, con
los productos de moda, con los salarios, con los bienes básicos, hasta con el
tipo de cambio.
La ola de controles
artificiales que hemos observado a lo largo del actual sexenio se puede
interpretar como medidas de emergencia, temporales, que permitan al ejecutivo
sortear una crisis de confianza en un determinado sector. Sin embargo, para un
gobierno que presume privilegiar lo posible sobre lo deseable, la ruta tomada
hasta ahora en bienes básicos como la gasolina, el gas natural o los alimentos
básicos, es incongruente con la realidad económica que vivimos.
Por un lado, los
controles impuestos esconden el nivel real de la inflación. Por lo mismo,
distorsionan el papel de los precios en informar a los agentes económicos sobre
los cambios en la estructura económica de esos productos. Por otro lado, genera
presiones artificiales sobre la demanda de esos productos, así como un riesgo
moral que puede, a la larga, ocasionar un problema de escasez.
Estos temas nos hacen
recordar, como ya lo han señalado algunos observadores, los llamados
ingredientes heterodoxos en el control de presiones inflacionarias. Empero, en
el actual esquema de autonomía central y el régimen de metas, la válvula de
escape no es el control voluntarioso, si bien políticamente complicado, de
precios. Debe ser, en todo momento, la política monetaria—un choque
inflacionario de una sola vez, como aumentos en el precio de la gasolina, o
cambios en la demanda agregada de un bien básico, debe ser considerado en la
respuesta que de la autoridad monetaria, por ejemplo, un aumento al ya famoso
“corto” monetario que logre inducir un aumento en las tasas de interés.
Los buenos deseos son primorosos, y
políticamente rentables, pero en la economía también hay que distinguir entre
lo posible y lo deseable. La única herramienta segura
para estabilizar los precios es la política monetaria.
EntrarDurante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.