Si uno desea ver los frutos del desastre educativo en México, los más espeluznantes los puede encontrar en las páginas editoriales de los periódicos, en las cámaras legislativas, en oficinas gubernamentales, y sí, también en los salones de clase, pero de frente a los alumnos, y en las oficinas encumbradas de algunas universidades públicas que confunden lo grandote con lo valioso.
Con el famoso “grito de Guadalajara”, en 1934, proclamando
que el Estado debería apoderarse de las conciencias de niños y jóvenes para
consolidar la revolución, Plutarco Elías Calles marcó la pauta de lo que ha
sido el “sistema educativo mexicano”: Un gigantesco aparato en el que, por un
lado, entran toneladas de dinero público y, por el otro, salen generaciones
troqueladas para medrar con las armas de un abigarrado conjunto de mitos, pretextos
y lugares comunes; refractarios al conocimiento y a la crítica, incapaces de
descifrar la realidad y aun menos capaces de cifrarla con acierto.
El sistema se reproduce y amplifica año con año
exhibiendo sus miserias. Los herederos del desastre se convierten en sus
promotores activos pidiendo más y más recursos para que la espiral descendente
no cese.
Una escritora otoñal justifica, con pasmoso candor,
el burdo plagio que hizo de un artículo ajeno contándonos que padece
divertículos intestinales. Hizo lo que se espera de un aventajado alumno: que
justifique haber copiado en un examen porque los tamales que cenó le sentaron
mal.
Otro caso: Un periodista, que presume cuatro décadas
en el oficio, argumenta que fue mala idea autorizar más bancos porque eso
¡inhibirá la competencia! Insatisfecho con este desafío a la lógica sugiere a
continuación que, como los potenciales clientes de un nuevo banco serán de
clase media baja, no se percatarán de que las tasas de interés que les cobren serán
muy altas. Su achacoso “progresismo” le
hace calificar como tontos irredentos a los pobres.
Uno más: Un economista sesentón, asesor de un
candidato presidencial que no supo ni competir ni perder, escribió: “dado que
la energía se percibe como escasa habrá que bajar sus precios”. ¿Para qué?,
¿para que se acabe más rápido?
Y estos son los “líderes de opinión” -¡maestros!- de
quienes se nutren aquéllas y aquéllos que están en las cámaras legislativas o
en los partidos políticos o filmando insufribles piezas de propaganda sectaria
o perorando ante un micrófono. Misión cumplida, Plutarco.
EntrarDurante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.