Una cosa es lealtad a la patria y otra muy diferente es lealtad a políticos que ejercen transitoriamente el poder. Los más grandes y respetados patriotas de la historia fueron rebeldes que combatieron los abusos de reyes, políticos y gobernantes.
Miami (AIPE)- En mis tiempos de estudiante solía
estar en desacuerdo con los pacifistas que desfilaban con grandes pancartas en
oposición a la guerra en Vietnam (1959-1975). Hoy pienso que tenían razón. Unos
58 mil soldados norteamericanos murieron en esa guerra que Estados Unidos
perdió y más de 308 mil fueron heridos. La intervención americana había
comenzado en 1950, con el envío de asesores militares para respaldar a Vietnam
del sur contra los comunistas de Vietnam del norte. Los comunistas ganaron en
el campo de batalla, pero su sistema fracasó y el gobierno de ese país hoy busca
más bien la integración y el intercambio económico con el resto del mundo.
Durante años, los neoconservadores acusan de
falta de patriotismo a aquellos que se oponen a la guerra en Irak, pero el
verdadero patriotismo nunca ha significado bajar la cabeza y aceptar lo que
políticos y gobernantes nos quieran imponer. Por el contrario, patriotismo es
defender lo que verdaderamente conviene al país. Ninguna de las razones que se
dieron para enviar tropas a Irak resultaron ciertas y más de 4.200 soldados
norteamericanos han muerto desde la invasión, en marzo de 2003.
Una cosa es lealtad a la patria y otra muy
diferente es lealtad a políticos que ejercen transitoriamente el poder. Los más
grandes y respetados patriotas de la historia fueron rebeldes que combatieron
los abusos de reyes, políticos y gobernantes.
Bajo la falsa bandera de “seguridad nacional”
mueren compatriotas y se malgastan fortunas que empobrecen a la ciudadanía y a
futuras generaciones. Por eso, los verdaderos patriotas se oponen a guerras
innecesarias, que poco o nada tienen que ver con defender la nación, sino que más
bien fomentan el odio de extranjeros y de miembros de otras religiones. En ese
sentido, la guerra en Irak ha hecho más daño que bien al bienestar y a la
seguridad de Estados Unidos.
Parte del trágico error es la creencia de muchos
políticos en Washington que, como líder mundial, Estados Unidos tiene la
obligación moral de imponer al resto del mundo lo que es bueno y combatir lo
malo. Un trágico ejemplo de ello es la guerra contra las drogas, la cual
solamente ha logrado multiplicar las ganancias de los narcotraficantes y
reducir la ayuda médica que reciben los desdichados drogadictos.
La llamada guerra contra el terror y la guerra
contra las drogas no han logrado otra cosa que disparar los gastos del gobierno
y el poder de burócratas, dañando las libertades civiles. Milton Friedman mantenía que sin la criminalización
de las drogas habría “la mitad de cárceles, la mitad de reclusos, diez mil homicidios menos al
año…”.
En este país, lo mismo que en América Latina, el
mayor problema es el crecimiento exagerado del estado y de la cada día mayor
intromisión burocrática en la vida y la propiedad de los ciudadanos.
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EntrarDurante siglos se ha debatido quién debe detentar el poder y no los límites de ese poder.