Durante un tiempo defendí la pena de
muerte y en muchas ocasiones todavía me dan ganas de que se aplique; sin
embargo, al hacer un análisis desapasionado, objetivo y empírico de los
resultados de la pena de muerte, donde ha estado o está vigente, no ha reducido
la delincuencia; por lo tanto, no es un medio para desalentar secuestros y
asesinatos.
Cuando las tasas de interés están
por arriba de los niveles que consideramos deberían cobrar, se nos antoja que
la solución es establecer un tope o control a las tasas por parte de las
autoridades. La experiencia de varios siglos en todas las partes del mundo,
demuestra que los controles de precios no funcionan y el control de tasas es un
control de precios. En el caso de Chile y Colombia, los controles de tasas arrojaron
resultados contraproducentes. Sacaron del mercado de tarjetas de crédito a
sectores de medianos y bajos ingresos, obligándolos a buscar préstamos en el
sector informal donde las tasas son más altas.
Una cosa es reconocer que existe el
problema, buscar solucionarlo y otra es recomendar medidas que, aunque políticamente
pueden traer simpatías a quienes las proponen, en la práctica no solucionan el
problema.
Si queremos menor delincuencia,
reduzcamos la impunidad y si queremos menores tasas, aumentemos el número de
instituciones financieras que ofrezcan tarjetas; exhibamos a las instituciones
que cargan tasas más altas, obliguemos a todos los bancos a que transparenten a
los clientes las tasas y las comisiones que cargan y eduquemos a los usuarios para
que lean, comparen y piensen antes de utilizar una tarjeta de crédito. Ese
camino, junto con una menor inflación a nivel país y un entorno jurídico más
ágil, son las verdaderas soluciones para bajar las tasas.