Una de las víctimas más
sufridas de la Revolución Mexicana es precisamente el sector rural con sus
millones de campesinos, agricultores y jornaleros. Como si hubiera pasado Atila
por las tierras nacionales el movimiento revolucionario se dedicó a desmantelar
y destruir la estructura productiva que había creado Porfirio Díaz. Los
ranchos, las haciendas y las grandes
extensiones agrícolas que surgieron bajo el impulso del liberalismo de Díaz y
que llegaron a producir para el mercado internacional recibieron el feroz
ataque de las ideas socialistas de principios del siglo XX. Las fuerzas
revolucionarias (todas de izquierda) se encargaron de estigmatizar a los
hombres más productivos de México, acusándolos de explotadores, violadores, ricos,
abusadores, déspotas y ladrones. La
población, irreflexivamente hizo eco, sin saber que estaban destruyendo su
futuro y muchos se sumaron a la bola con la esperanza de quedarse con parte del botín. Los nuevos generales revolucionarios, verdaderos
déspotas, se transformaron en los nuevos ricos, sin haber sembrado ni arriesgado capital.
Para consolidar el nuevo sistema político, el gobierno despojó
de la tierra a los agricultores medios y grandes para asignarle pedacitos a
manera de ejidos, a la gente que servirían como base social de la revolución
mexicana. No entregaron la tierra bajo el esquema de propiedad privada pues el
ejido les facilitaba el control político de esas masas que sin ser dueños,
podían usufructuar la tierra siempre y cuando apoyaran incondicionalmente a la
clase gobernante y al Partido Nacional Revolucionario. Sin quererlo, se
transformaron en las nuevas masas de hambrientos.
Los ejidatarios, sin poder
vender ni comprar tierras, sin poder usar la parcela a manera de garantía, para
obtener un crédito tenían que estar subordinados a la voluntad de las
autoridades. Éstas podían regalar semillas, fertilizantes y dinero a los
dóciles campesinos y comprar la cosecha mediante instituciones del mismo
gobierno. Los que verdaderamente se beneficiaron fueron los funcionarios del
Estado que manipulaban esas instituciones.
Así pues, la destrucción de
la propiedad privada en el campo, los ejidos (propiedad gubernamental) y la propiedad comunal fueron los primeros causantes
de la miseria en el campo mexicano en el siglo pasado. La pobreza fue un
resultado natural, no podía ser de otra manera.
Para remediar los males
creados por la acción gubernamental, se crearon instituciones estatales que
dieron por resultado más y más pobreza: La Secretaría de la Reforma Agraria
para seguir despojando a unos y
repartiendo ejidos a otros; el Banco Rural (Financiera Rural) para destinar
recursos del erario que terminaron en los bolsillos de los funcionarios
gubernamentales; PROCAMPO para institucionalizar la pobreza, entre otras.
Invariablemente todos los programas e instituciones gubernamentales han
terminado por hundir al campo mexicano. Hoy mismo se destinan enormes recursos
para garantizar ingresos seguros a la gente del sector rural, parece algo
bueno, no lo es. Largas filas desde antes que amanezca se ven en los pueblos,
es el día en que llega el reparto del dinero. La gente se preocupa más por
esperar su cheque, que de sembrar la tierra.
En fin, podemos resumir dos
grandes factores que mantienen al campo mexicano en una pobreza insultante:
1.- La presencia
del gobierno junto con sus programas, reglamentaciones y ejército de funcionarios asfixia al campo
mexicano. El gobierno está naturalmente incapacitado para resolver la crisis
rural. El gobierno debe retirarse del sector rural: No más subsidios al campo,
no más instituciones, ni secretarias, ni programas rurales. La acción del
Estado, para que sea benéfica, debe reducirse a garantizar los derechos
individuales de propiedad privada de la tierra; garantizar que
funcione bien el mercado de la tierra, que la gente pueda comprar y vender sus
parcelas libremente, sin más restricción que el acuerdo libre y soberano entre
comprador y vendedor, y castigar a quien cometa fraudes. El Estado no debe asumir la responsabilidad
de eliminar la pobreza pues esa se resuelve con el libre funcionamiento del
mercado. El gobierno haría un gran papel en el campo mexicano si difunde la
noticia de que cualquier empresa, nacional o extranjera, chica o grande que se
asiente en el sector rural estará exenta de pagar impuestos; ayudaría si
difunde que no se necesita pedir permiso ni hacer trámites ante las oficinas
burocráticas del gobierno para fundar
una empresa en el campo, basta que el empresario avise cuándo inicia o termina
operaciones, para efectos estadísticos, si acaso.
2.- El campo
necesita disfrutar de libertad económica. Control estatal y libertad
económica son exhaustivas y antagónicas. Tener
libertad en el campo significa que puedas comprar o vender tierras, sin más
restricción que el libre acuerdo entre las partes, sin que intervenga el
gobierno, el comisario, o la asamblea de ejidatarios; que puedas sembrar lo que
quieras y vender tu producción donde te convenga, sea en las ciudades o en el
extranjero. Libertad económica significa que puedas ofrecer, a manera de garantía
ilimitada, la parcela que tienes a fin de obtener el crédito que necesitas; que
puedas fundar un banco o una simple caja de ahorro y préstamos sin que el
gobierno te controle o acuse de usura; que cualquier extranjero tenga los
mismos derechos y deberes como cualquier mexicano.
El secreto para que el campo mexicano se levante y prospere radica en aplicar estas dos ideas de manera rigurosa y creativa. Esta es la estrategia neoliberal que México necesita.