Los grandes filósofos españoles Ortega y Gasset son fuente nutricia de mi cultura. Ellos inspiran mi amor por la lectura, y escribo sin timidez sobre las obras que más aprecio. Además, no son tres los libros que han marcado mi vida. Acaso ninguno, por eso de que algunas maderas no aguantan el barniz. Me arriesgo pues a tu flamígero juicio, tú que eres mi único lector (no aspiro a tener cuatro lectores, como el gran Catón, maestro escribidor que cuenta chistes y cosas peores que tampoco yo entiendo).

“¿Cuáles son los tres libros que han inspirado y definido su vida, señor candidato?” es la temida pregunta. En casa del reportero, el que no cae, patina.

Exhiben ellos admirables pruebas de su cultura. Comenzó el candidato legítimo diciendo que Odiseo se puso cera en los oídos para no oír a las sirenas. ¿Será? Ulises (de James Joyce) narra la epopeya de un irlandés en un solo día de viaje rumbo a Dublín por las islas del Peloponeso, en busca de su amada Penny Lane. Quería él oír a las sirenas, pero no que lo sedujeran sus cantos; se ató al mástil y obligó a los marinos (que sí tenían cera en las orejas) a no desatarlo. ¡Ulises no usó cera! Cero y va uno.

En la banqueta de enfrente hay un candidato tricolor (las malas lenguas dicen que con más face que book) admirador de un libro de caudillos que quién sabe si escribieron los caudillos literarios Enrique Fuentes y Carlos Krauze. Y declara que lee ocasionalmente. Tales ocasiones deben ser muy, pero muy ocasionales. Cero y van dos.

Del lado blanquiazul se ríe el Cordero mayor —a quien algunos, no sé si pensando en algún sacrificio, llaman Cordero Pascual— porque no son las mismas Isabel Pantoja, Isabel Restrepo y Laura Allende. Pero no tiene la menor importancia: un político no tiene que saber de literatura; no cobra por leer sino por decir discursos. Cero y van tres.

Como vemos, en los tres partidos hace aire (y en el Verde se lanzan al aire las call girls centroeuropeas). Pero en esta ancha patria, la letra escrita y la hablada no tienen importancia. Donde reina el Twitter, ni falta hace la ortografía. Y en este tecnológico mundo aparece ominoso el Kindle, adminículo electrónico capaz de guardar una respetable biblioteca. Pero el Kindle combate al señero libro de papel en dos frentes:

Primero, no tiene solapas, donde puedo leer un libro sin la molestia de leerlo. Y la segunda amenaza es que con el Kindle no puedo presumir de qué leo. En México lo importante no es qué digan los libros, sino utilizarlos: hablar de ellos, traerlos puestos bajo el sobaco, exhibirlos. En mis tiempos universitarios era moda pasearse con El Hombre Unidimensional, de Marcuse (que jamás me molesté en leer, ¡oh dolorosa confesión!).

Si no hay a quien presumirlos, no es necesario viajar con libros a bordo del Metro o llevarlos para aligerar las horas de espera en la cola de los bancos, las ventanillas o los consultorios médicos. En otros países es común ver a la gente leyendo en tan inhóspitos lugares. ¡Los mexicanos no rebajamos los libros a ese nivel! ¡Hay que respetarlos!

Los libros son como los árboles: objetos de veneración. Si un árbol plagado puede contagiar al bosque, no hay que cortarlo porque sería un delito de lesa ecología. (El Código Penal del DF da cárcel de tres meses a 5 años a quien tale un árbol, pero matar a un niño no nacido es un derecho gratuito.)

Regreso a los libros. Agradezco la benéfica influencia del gigantesco dramaturgo Schopenhauer, con sus inmortales comedias Hamlet y Macbeth. Influyeron en mi pensamiento El Capital, del autor capitalista Carlos Slim, y La Riqueza de las Naciones, monumento a la sensatez económica escrito por el patriarca mormón John Smith. Pero ninguno como la Ética a Macaco, del filósofo nahuestagirita Nefastotl, mejor conocido como Nefastóteles.

En cuanto a entretenimiento, como buen amante de los viajes atesoro Los Viajes de Gulliver, y las historias de las magníficas playas suizas y los Alpes holandeses; las aventuras subacuáticas en los Dolomitas italianos, y las memorias de Poncio el Piloto. En ficción me encantaron El Retrato de Dorian Wilde y esa obra sobre la transmutación de la palabra, Dr Hekyll & Mr Jyde.

Por ello hay que insistir en inculcar en nuestros jóvenes, prez y gloria futura de la Patria, el amor a las grandes antorchas de la humanidad. Menciono al azar la inmortal poesía de Ninel Conde Duque de Olivares; las épicas tragedias de Corín Tellado; los ensayos filosóficos de José Alfredo Jiménez; el mensaje inmortal emitido por entregas en la primera revista de biblioteca: El Libro Vaquero; y los guiones de la eximia instructora de una conducta cristiana, Yolanda Vargas Dulché. Conveniente será inculcarles la tolerancia con la Carta a América de Osama bin Laden, y Mi Lucha, no recuerdo de quién.

Serán semilla para la imaginación de nuestros jóvenes las soberbias novelas de Octavio Paz, los salmos responsoriales de Manuel Bartlett, la prosa en poesía de Juan Sebastián Gaviota, y prodigios del realismo fantástico como los informes de Luis Echeverría. Pero en virtud del exceso en su uso, no sería recomendable incluir la obra de José Luis Borgues, ni conviene tomar en serio a Gabriel Zaid con que hay Demasiados Libros.

También habrá que incluir enseñanzas útiles: Cómo Agilizar Trámites Fiscales, obra colectiva del SAT; y la colección completa, en 1,960 volúmenes tamaño doble oficio, de los discursos de Fidel Castro. Habrá que esperar que escriba un Manual de Mejores Prácticas Legislativas el honorable Gerardo Fernández Noroña, cuando concluya su patriótico encargo.

En suma, con tan prolíficos esfuerzos a favor del libro, acompañarán al educando de todo nivel los manuales de calidad educativa de los maestros epónimos de México —Elba Ester Gordillo y el profesor Hank— junto con las enciclopédicas narrativas del científico gallego don Rudecindo Caldeiro y Escobiña, prologadas por José Candelario Trespatines. Tal acervo cultural brindará utilidad y provecho para que nuestros políticos no cometan pifias al hablar de lo que no saben.