La semana pasada se cumplieron cien años del regicidio del Archiduque Francisco Fernando de Austria, presunto heredero de la corona del Imperio Austro-Húngaro, acontecimiento que habría de desembocar en la horrorosa 1ª Guerra Mundial y en el fin de una era de globalización y progreso que había durado desde el fin de Napoleón I.
Con ese motivo, he estado releyendo algunos textos clásicos sobre cómo pudo ser que los líderes de una Europa que era incuestionablemente el vértice de la civilización y del progreso económico de la época, fueran tan irresponsables como para embarcarse en lo que se convirtió en un suicidio colectivo de proporciones macabras.
Mi dilecto amigo David Goldman (a “Spengler”) ha contribuido lúcidamente a esta reflexión con un texto (http://www.atimes.com/atimes/World/WOR-01-300614.html) que considero indispensable para comprender cabalmente la inevitabilidad de lo sucedido, que resumo a continuación:
Como nos dice la teoría de juegos, cada uno de estos países hubiera estado mejor evitando participar en el conflicto pero ello hubiera conllevado tirar por la borda todo reclamo a un predominio nacional que parecía esencial para todos ellos, en adición a que sus acciones respondían también a la estrategia bélica que cada uno suponía sería adoptada por sus rivales.
El cuidadosamente concebido plan alemán de “envolver” a Francia y derrotarla en 40 días, implicaba la invasión de Bélgica, que se suponía recibiría a los germanos sin oposición –primer error-, de tal naturaleza que “el soldado al extremo de su flanco derecho, debía tocar con la manga de su uniforme el Canal de la Mancha.”
Este brillante designio no se ejecutó como lo concibió Alfred Von Schlieffen, jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas germanas hasta 1906, pues quienes operaron el mando de la acción bélica debilitaron el flanco derecho de su línea de ataque para reforzar el frente contra Rusia, lo que al final no fue necesario para derrotar a sus ejércitos, y por haber desdeñado el potencial contrataque de los aliados en Francia.
Al fracasar el plan, la guerra se pasmó en un combate interminable y sangriento que no tenía para cuando acabar, hasta que Estados Unidos entró al conflicto debido a la increíble estupidez de los alemanes que invitaron a un México en plena revolución en 1917, a unirse a Alemania a cambio de recuperar sus territorios perdidos en 1848.
El famoso telegrama Zimmermann fue interceptado y decodificado por los ingleses, con lo que forzaron al presidente de EU, Woodrow Wilson, quien se había relecto en 1916 con la promesa de no involucrarse en la guerra europea, a intervenir, con lo que el equilibrio bélico se rompió en contra de Alemania y sus aliados.
Así, la intervención armada de EU rompió el impasse de las trincheras y condujo al fin del conflicto mucho antes de lo que hubiera sido posible sin su concurso, pero la torpe participación de Wilson en la conferencia que definió los términos de la paz, arrastró al desastroso Tratado de Versalles.
Sus terribles secuelas incluyeron el surgimiento de nacionalismos extremos y de regímenes totalitarios de ideologías radicales, al colapso de la globalización económica y del laissez-faire, y al desprestigio de la democracia y de la preminencia de la libertad individual frente a un Estado todopoderoso, intervencionista y represor.
¿Podría repetirse esta historia de horror en el siglo XXI?