En todo en
el mundo los derechos laborales han generado conflictos, luchas o incluso
revoluciones, siempre en aras de una mejora en la condiciones de los derechos
de los trabajadores o en búsqueda de un mejor bienestar para todos. Pero hoy
los sindicatos se muestran como el grupo más conservador, de “izquierda”, en
nuestro país. Son los sindicatos los que defienden los privilegios y sus rentas
extranormales más que nadie.
Debido a la
estabilidad económica de la que goza nuestro país los problemas estructurales
se hacen más evidentes, aunque muchos políticos niegan que existan o hacen como
que no los ven, y por mencionar algunos se nos hacen claros los problemas de la
energía y los energéticos, la deuda contingente por las pensiones, los problemas
del sistema educativo, la petrolización de los ingresos públicos o la
informatización de los empleos; todos éstos tienen como protagonistas a los
sindicatos, de una u otra forma.
Desde hace
muchos años se habla de la desintegración del sindicalismo mexicano, como
agente generador de candidaturas o de maquinarias de voto, incluso se habló de
la debilidad de las centrales obreras, particularmente su liga con el PRI, pero
hoy están más fuertes que nunca e intervienen en todos los ámbitos de la vida
económica y política del país.
Hemos visto
cómo los sindicatos toman de rehenes a toda la sociedad, aprovechando su
condición de prestadores de servicios y amenazan con conducirnos de cuando en
cuando hacía un desastre, no tan pequeño. Un Buendía puede decidir parar los
servicios del salud, otro parar la telefonía fija, otro el servicio de energía
eléctrica o un para en servicios de
transporte de las ciudades, de tal forma que los beneficiarios de la renta y
del poder monopólico son ellos. Así lo que algunos economistas consideran
monopolios naturales son explotados por un grupo de “trabajadores” y sus
“lideres” haciendo presión al gobierno o a las empresas para que les concedan,
mantengan o amplíen sus privilegios aún rompiendo acuerdos y peor aún leyes
para que estos pingües beneficios no se repartan
entre la sociedad, sino entre el escaso grupo al que ellos pertenecen.
Los dineros
son suficientes como para hacer la diferencia en una campaña por la
presidencia, llevar diputados y senadores al Congreso, es decir aquello que
antes lo hacían por medio del voto hoy lo ejercen por medio del dinero, por la
vía de cualquier partido político. También este capital es suficiente para mantener
niveles de vida extravagantes. Pero el problema es que este dinero le hace
falta al país para que el gobierno desarrolle sus funciones, o a la sociedad
para que pueda ser más competitiva al enfrentar precios de insumos clave a
precios igualmente competitivos, pero no es así, pagamos altas tarifas de
energía y telecomunicaciones para pagarle a un grupo privilegiado, los dueños
de la empresa y los sindicatos de la misma. Pero lo más drástico es que el país
debe elevar su recaudación sólo para pagarles sus pensiones futuras, que de ser
pasivos contingentes se vuelven deuda pública y en otros casos se trata de
impuestos no cobrados.
Pero lo más
dramático es que no se puede hacer ninguna reforma que ataque los problemas de
estos sectores y los acerque un poco al mercado pues inmediatamente salen a las
calles, amenazan, vociferan y toman el Congreso, sólo para demostrar que no
será posible hacer una reforma energética, por ejemplo. La lección es que con
la falta de reformas somos rehenes de grupos de intereses especiales que se
hacen dueños de facto de nuestro destino y de nuestros recursos económicos.