En esto de callarse, como muestra provechosa del dominio de
sí, Juan Carlos de Borbón tuvo un prolongado aprendizaje. La educación de Juan Carlos
estuvo a cargo de algunos de los hombres más sabios de España y fue resultado
de un difícil compromiso entre los deseos de su padre, don Juan de Borbón, hijo
de Alfonso XIII, y monárquico liberal si los ha habido, y los proyectos de
continuidad que para su régimen autoritario concibió Francisco Franco.
Desde el exilio, y odiado por Franco, don Juan cuidó
decididamente que su hijo no tuviese como tutores a burócratas incondicionales
del dictador, sino a personajes de intachable solvencia intelectual y moral,
especialistas en historia, en derecho, en ciencia política, en economía. Franco
debió ceder, persuadido tal vez porque veía que su propia corte de sujetos grises
no destacaba por lúcida, sino por aduladora y sumisa.
El proverbial silencio de Juan Carlos dio pábulo para que
los despistados conjeturasen que tenía pocas luces y escaso talento. Error. El
silencio, que Juan Carlos aprendió a sopesar hasta el escrúpulo gracias a sus
maestros, le rindió provechosos frutos y fue abono para una feliz transición de
España a la democracia.
El rey también aprendió cómo poner un alto a personajes de
cuartel, atrabiliarios, como el teniente coronel Antonio Tejero, el mamarracho
–otro de la especie de Hugo Chávez- que intentó el golpe de Estado del 23 de febrero
de 1981.
A Chávez nadie le enseñó a callar y dominarse. Poco y malo lo
que habrá aprendido en los cuarteles. A eso suma, ahora, la tutoría de una
famosa divulgadora marxista de los años setenta y ochenta del siglo pasado,
Martha Harnecker, chilena, cuyo tosco manual de
materialismo dialéctico, de ínfima calidad, fue catecismo impuesto en esos años
a miles de universitarios latinoamericanos. Hoy es la amanuense de Chávez; trata,
sin resultados, de dar coherencia a las largas peroratas del palurdo y le dispensa rudimentos de su marxismo barato,
trasnochado y esquemático; simplista hasta el ridículo.
Dos modelos educativos opuestos, cuyos respectivos frutos
están a la vista.