El espejismo financiero creado por
los altos ingresos extraordinarios de la factura petrolera ha distorsionado la
realidad fiscal de que el gobierno está gastando mucho más allá de sus
posibilidades—además, destinando los ingresos de un recurso no renovable para
financiar gastos permanentes.
Los ingresos tributarios derivados
de la nueva tasa de contribución empresarial, el famoso IETU, han registrado
resultados por debajo de las proyecciones originales—aun cuando la vida de este
tributo es todavía muy corta para determinar una base empírica que arroje
conclusiones determinantes.
Sin embargo, este fue uno de los
errores principales del planteamiento oficial del IETU, es decir, que la razón
de ser de la nueva tasa única, sea generar mayores ingresos para el gobierno.
Varias falacias operan en esta sabiduría convencional. Por un lado, el gobierno
debe gastar mejor, no necesariamente más. En los hechos, y en la corrupción, ha
demostrado ser un pésimo intermediario de recursos, y pésimo administrador.
Vaya, en un sentido general, varios de los recursos destinados al supuesto
“gasto social” podrían tener un uso mucho más eficiente, con mucho mayor
rendimiento social, si estos se entregaran en forma directa a los destinatarios
finales del gasto, o sea, las familias más pobres de la economía nacional.
Por otro lado, un régimen de tasa
única no puede convivir con un sistema de tasas preferenciales. Persiste la
postura, innecesaria, de que la unificación de tasas al consumo es intocable,
parte de la lista de tabús estúpidos y antieconómicos
que caracterizan nuestra demagogia política, nuestro auto-engaño de ser
excepcionales.
Por
definición, un régimen de tasa única no es consistente con un régimen de tasas
preferenciales. La gran virtud de la tasa única es que implica ir más
allá de los objetivos de recaudación. Es un sistema que implica respetar a los
contribuyentes, haciéndoles la vida más fácil, no tan sólo en la tasa final,
sino en el cumplimiento de las obligaciones fiscales. El espíritu de un “flat tax” es declarar un
determinado ingreso, restar el monto equivalente al porcentaje fijo, y realizar
el pago. En este escenario, habría una tasa fija al consumo, una tasa fija a la
renta de personas morales, y una tasa fija a la renta de personas físicas. Sí
se podría incorporar, en este esquema, exenciones importantes para los deciles representados por las familias de ingresos bajos y
familias en extrema pobreza.
Con
el laberinto actual, y la integración de una nueva tasa, aunado con todas las
pretensiones de gasto y promesas de populismo económico que de repente ha
adoptado la actual administración, tenemos el peor de los escenarios: un fuerte
gravamen adicional, sin la eliminación de impuestos especiales, o deducciones,
o subsidios, o controles, o los créditos preferenciales, o los tratamientos
especiales. Y además, con la necesidad de llevar tres tipos de contabilidades,
junto con los ejercicios de calcular cuales de las tasas son las aplicables a
los diferentes casos.
En
las palabras de Ricardo Medina Macías, esto sería un caso más de vivir en lo
“blandito,” de tomar una buena idea pero modificarla de acuerdo a nuestros
criterios, a la forma de vida única.
Y
este gran auto-engaño, esta mentira de que contamos con ecología institucional sui generis, es la peor de todas
nuestras falacias económicas.