Dados los rumbos por los que habitualmente transito por la Ciudad de México, desde hace unos días me he venido topando con un espectacular, propagando del Gobierno Federal, en general, y de la Secretaría de Economía, en particular, en el cual se nos informa a los ciudadanos lo siguiente: “México se consolida como destino de inversión extranjera”, consolidación que pongo en duda, no por llevarle la contraria al gobierno, mucho menos por pesimista, sino por realista, posición que conviene adoptar ante la realidad, sobre todo si la hemos de mejorar. ¿Qué tan buen destino somos para la inversión extranjera directa?

Supongamos que cada vez más capitales extranjeros se invierten, de manera directa, en México, creando empresas, produciendo bienes y servicios, originando empleos, y haciendo posible la generación de ingresos. Todo ello, desde un punto de vista, sería motivo de aplauso pero, ¡ya salió el pero!, desde otra perspectiva sería causa de preocupación. ¿Por qué? Porque, suponiendo que sean cada vez más los capitales extranjeros que directamente se invierten en México, uno podría exclamar algo como lo siguiente: “Si, estando como estamos, somos capaces de atraer tantos miles de millones de dólares de inversión extranjera directa, ¿cuántos más no seríamos capaces de atraer si, de una buena vez, pusiéramos la casa en orden?”

A lo que voy es a lo siguiente: no hay que centrar la atención en la cantidad, medida en miles de millones de dólares, de inversión extranjera que se canaliza hacia México, sino en las condiciones existentes en la economía mexicana para hacerla más atractiva para los capitalistas, condiciones que se sintetizan en una sola palabra: seguridad, misma que genera el elemento indispensable para la atracción de inversiones, sobre todo directas, que son las que se transforman en capacidad productora: confianza.

Lo explico con una analogía: supongamos un muchacho que saca calificaciones de nueve, nada mal, pero no tan buenas como el diez. Supongamos, además, que esos nueves de calificación los logra sin el menor esfuerzo de su parte. Para calificar el desempeño real del muchacho, ¿en que debemos fijarnos? Nada más en la calificación obtenida, o también en el esfuerzo realizado, mismo que brilla por su ausencia. Si saca nueve sin esfuerzo, ¿cuánto sacaría esforzándose?

Vuelvo al caso de la economía mexicana y supongo que, año tras año, el monto de inversión extranjera directa va en aumento, lo cual le permite a las autoridades afirmar lo que todos los días leo en el mentado espectacular: “México se consolida como destino de inversión extranjera”. De qué debemos estar orgullosos, ¿de lo logrado o del esfuerzo hecho para conseguirlo? Si, sin mayor esfuerzo, un alumno saca nueve de calificación, ¿debemos aplaudirle el nueve o recriminarle por no haber obtenido el diez, calificación que hubiera alcanzado con un poco de esfuerzo? ¿Debemos aplaudirle el nueve al margen de su flojera?

Hasta aquí he supuesto que, año tras año, el monto de inversión extranjera directa en México ha ido aumentando, lo cual, como veremos en la próxima entrega, es mucho suponer.

Continuará.